El día 15 saldrá en formato digital el número 3 de la Revista Cultural de la Royal and Imperial House of Oriente, Wallabath.
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La expansión
del mundo musulmán supuso el restablecimiento de nuevas relaciones entre Oriente y Occidente, no solo políticas y comerciales, sino sobre todo culturales. El Mediterráneo, durante la antigüedad fue el nexo de intercomunicación entre las civilizaciones del próximo Oriente y el Occidente, perdió tal condición tras la caída del Imperio Romano de Occidente que supuso la entrada de Europa en un período de oscuridad política, económica y sobre todo cultural tras el período de invasiones bárbaras. La expansión que desde los primeros momentos desarrolla el Islam a través del norte de África hasta la Península Ibérica y en el Oriente a través de Persia hasta el Indo, abrió una nueva vía de comunicación y relación que proporcionó, sin lugar a dudas, una de las principales fuentes de luz en la ensombrecida Europa de ese momento.

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Esta gran expansión, fuera ya del área geográfica de influencia inicial de los árabes (Arabia, Siria y Mesopotamia), empezó bajo la dinastía de los califas Rashidun: (Abu Bakr, Omar ibn al-Jattab, Othman ibn Affan y Alí ibn Abi Taleb) pero se intensificó conociendo su mayor expansión bajo el califato de los omeyas orientales instaurado por Muawiya ibn Abi Sufian en el año 661 (41 de la hégira).
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Bajo el gobierno de los omeyas, el Islam alcanzó no sólo la expansión territorial de un auténtico imperio, comparable con los que hasta entonces habían existido, sino que logró una apertura y carácter cosmopolita, abierto hacia las culturas de los países conquistados y capaz de servir de elemento transmisor de las mismas. El imperio omeya se convirtió rápidamente en un gran crisol de culturas que alumbró de la mano de una emergente creatividad un nuevo arte, con nuevas formas estéticas y hábitos culturales que se plasmaron en un sinfín de construcciones e incluso en formas e imágenes urbanas de nuevo cuño. La transmisión de toda esta nueva realidad cultural hacia Occidente tuvo su especial pervivencia precisamente en la continuidad de la dinastía en al-Andalus, después del exterminio de los omeyas en Siria.
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La ruta que el emigrante Abd al-Rahman I recorrió hasta la Península, fue la misma seguida por los conquistadores árabes y sobre todo, la vía de penetración del influjo cultural del mundo musulmán en Occidente. Esta misma ruta tendrá su recorrido de retorno cuando el brillo político y cultural de al-Andalus se irradie hacia las otras regiones del Islam. Este itinerario solo puede tener su origen en las dos ciudades
santas de Arabia: La Meca y Medina. La ruta de las caravanas que conduce desde el Hiyaz hasta Siria y el Mediterráneo fue la seguida por los primeros conquistadores árabes. Nos llevará hasta Damasco, la vieja ciudad milenaria convertida en capital del mundo omeya por el primer califa de la dinastía: Muawiya. En la región que la rodea: Bilad al-Sham, los omeyas encontraron su principal soporte político y en ella desarrollaron una actividad constructiva excepcional que permitió sin duda ir forjando las ideas estéticas del nuevo arte musulmán. Si debiéramos caracterizar la arquitectura omeya tendríamos que hacerlo a través de dos tipologías arquitectónicas que serán características en todo el mundo musulmán posterior: en primer lugar la tipología religiosa representada por los dos grandes santuarios de la Cúpula de la Roca en Jerusalén (al-Quds) y la Gran Mezquita de Damasco, auténticas reliquias del Islam primitivo. La otra tipología que caracteriza este período es la palatina cuya singular expresión la constituyen los castillos o más bien residencias del desierto, esparcidas en un amplio círculo de territorio en torno a Damasco, en lo que hoy corresponde a Siria, Líbano, Jordania y Palestina.
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Bajo el gobierno de los omeyas, el Islam alcanzó no sólo la expansión territorial de un auténtico imperio, comparable con los que hasta entonces habían existido, sino que logró una apertura y carácter cosmopolita, abierto hacia las culturas de los países conquistados y capaz de servir de elemento transmisor de las mismas. El imperio omeya se convirtió rápidamente en un gran crisol de culturas que alumbró de la mano de una emergente creatividad un nuevo arte, con nuevas formas estéticas y hábitos culturales que se plasmaron en un sinfín de construcciones e incluso en formas e imágenes urbanas de nuevo cuño. La transmisión de toda esta nueva realidad cultural hacia Occidente tuvo su especial pervivencia precisamente en la continuidad de la dinastía en al-Andalus, después del exterminio de los omeyas en Siria.
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La ruta que el emigrante Abd al-Rahman I recorrió hasta la Península, fue la misma seguida por los conquistadores árabes y sobre todo, la vía de penetración del influjo cultural del mundo musulmán en Occidente. Esta misma ruta tendrá su recorrido de retorno cuando el brillo político y cultural de al-Andalus se irradie hacia las otras regiones del Islam. Este itinerario solo puede tener su origen en las dos ciudades
