Tuesday, October 05, 2010

Literatura y Sociedad en el Mundo Románico Hispánico.-

I. Aspectos generales: mise en scène

Dos aspectos deben quedar holgadamente claros al enfrentarnos a tema tan complejo como puede resultar la literatura y la sociedad en el mundo románico. En primer lugar, el concepto de mímesis de la literatura respecto a la realidad circundante, y, en segundo, la delimitación del período, o, dicho en otros términos, el texte et contexte. Así pues, debemos situar la literatura románica en el contexto en el cual nace y, a su vez, en la dinámica que produce este contexto. Para delimitar nuestro período, debemos partir de la transición que se produce del mundo antiguo al mundo medieval, es decir, de la sociedad esclavista a la feudal. Si partimos de la microhistoria y de una obra como La mutation de l'an mil de Guy Bois, [1] podemos afirmar, en coincidencia de opinión con Pierre Bonnassie, [2] que la esclavitud resultaba la forma dominante de explotación. No se produce, pues, una progresión en el cambio del sistema antiguo al medieval, sino, más bien, una ruptura radical y global que tuvo lugar alrededor del año mil. Se origina un cambio completo: nueva distribución de poderes, el señorío como nueva relación de explotación, la irrupción del mercado, una nueva ideología socio-política. En definitiva, estamos ante el significado pleno de la palabra revolución.

Esta concepción marxista es la que comparten estudiosos como Guy Bois, Pierre Bonnassie, y J. P. Poly, [3] entre algunos otros. Estos investigadores afirman que existió una sociedad de tipo antiguo que persistió hasta 980-1030 –por ejemplo, en el caso de Mâconnais– o hasta 1020-1060 –en Cataluña y Provenza–. Se fecha, entonces, en el siglo XI el gran brío de lo que caracterizó la 'sociedad feudal', a saber, la servidumbre, los principios de la caballería y, en el caso de Occitania, el inicio de las relaciones feudovasalláticas. Por otro lado, es también Guy Bois quien acota de forma perfecta la Baja Edad Media, causa y efecto de los acontecimientos que se producen durante los siglos X y XIII. Bois, en su La grande depresión médiévale: XIVe-XVe siècles. Le précédent du féodalisme, [4] parte de que la crisis que se produce en el feudalismo durante este período es un resultado global y sistemático, puesto que se concentra en todos los estamentos sociales: economía, política, cultura y ética.

En esta línea, los inicios del románico castellano se hallan muy sugestionados por la problemática musulmana que sufre la península en estos momentos. La organización políticosocial viene dada por la infraestructura de la resistencia de los reinos cristianos peninsulares. Podemos definir la España cristiana altomedieval como una sociedad de ‘guerreros y campesinos’, siendo los primeros los que forman el entorno social caudillístico con lazos feudovasalláticos, y los segundos los dependientes de los primeros –recordemos, por lo pronto, esa conocida frase: «ningún hombre sin señor»–. En el punto medio de esta jerarquía, hallamos a los clérigos y, a este tenor, se empieza a construir la pirámide social constituida por velatores, oratores y laboratores; siendo en este preciso instante, en el albor del siglo X, cuando surge el feudalismo debido a los cambios operados en la práctica del poder: el poder monárquico se ve al descubierto, por razón de la sustitución de una política de guerra expansiva frente a una política de guerra defensiva. El monarca pierde el poder para dominar a la aristocracia, y se superpone la implantación del señorío jurisdiccional que no se impuso sin los consiguientes enfrentamientos entre los antiguos y los nuevos dueños del poder. Claro ejemplo de ello serán las constantes escaramuzas durante el siglo XI ya entre los mismos reinos cristianos, ya entre éstos y los reinos musulmanes, para conservar el mando social y el económico, altos pilares en la realidad del momento.

Llegados al siglo XII, la cultura y la transmisión del saber sufre una amplia metamorfosis que se halla vinculada a los cambios socioculturales y socioeconómicos que se sobrevienen en el Occidente de la Alta Edad Media. Inmersos en este panorama histórico, los monasterios, ya desde tiempo atrás, ejercieron de centros del saber par excellence, a los que se añadieron en época del Imperio de Carlomagno las escuelas catedralicias y episcopales que, en poco tiempo, superaron en prestigio e importancia a los primeros. Todos los nombres importantes de la cultura del Doce estuvieron vinculados a estas escuelas catedralicias –tal es el caso de Fulberto y Juan de Salisbury con Chartres, Hildeberto con Le Mans, Gilberto de la Porrée con Poitiers, Pedro Lombrado con París...–, ya como obispos, ya como responsables; impartiéndose bajo su autoridad, alrededor del claustro catedralicio, conocimientos encauzados, aunque no únicamente, hacia las preocupaciones religiosas. La calidad de dicha enseñanza se hallaba decretada por los profesores, así como por la reputación de la catedral. En la segunda mitad del siglo XII estas escuelas serán insuficientes, debido a los nuevos conocimientos de la ciencia árabe introducidos por Sicilia y la Península Ibérica, la filosofía de Aristóteles, las obras de Euclides y la medicina griega, y la nueva aritmética.
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Del mismo modo, en algunas ciudades coexistían estas escuelas catedralicias con otras escuelas, de carácter laico, en las que se impartían los conocimientos de las artes liberales: gramática, retórica, dialéctica o lógica, aritmé-tica, geometría, música y astronomía; encuadradas en la arraigada compartimentación del trivium y el quadrivium. [5] Alcanzado dicho punto, en no pocos casos estas escuelas urbanas fueron el punto de arranque del nacimiento de las universidades como paradigma de un nuevo conocimiento y una estructura social totalmente fresca.

Pero el siglo XII no sólo se caracteriza por las innovaciones en el ámbito ideológico o de pensamiento, sino que se produce, también, una transformación estamental. La clausura de la época gregoriana, debido a las muertes de Calixto II y Enrique IV –entre 1124 y 1125–, comportarán un dilatado período de desconcierto, tanto en Alemania como en la península itálica. Sin embargo, durante algunos años, y gracias al apoyo de ciertos sectores eclesiásticos importantes, Lotario de Suplimburgo gobernó en Alemania, aunque pronto surgiría una fuerte oposición por parte del linaje de los Staufen.
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Este período, distinguido por la redacción de la Concordia discordantium canonum (1140) del monje camuldense Graciano, resulta de gran confusión por parte del Imperio y de la Iglesia, puesto que ni Lotario de Suplimburgo († 1137), ni Conrado III († 1152) lograrán imponer su autoridad en Alemania e Italia. No obstante, en esa fecha ascendió al trono alemán un personaje de sustancial relevancia con relación al panorama europeo y que alineó en jaque a la Iglesia romana: Federico I Barbarroja ( 1122-1190). [6] Con todo, conocidos sucesos como el concordato de Worms, la celebración de los tres primeros concilios ecuménicos lateranenses, la redacción de la Concordia discordantium canonum de Graciano e, incluso, los triunfos de Alejandro III, mas resultar importantes éxitos de la política de la Iglesia romana, no contrarrestaron las repercusiones de las luchas entre los Staufen (1138-1250) con el Papado y la legitimidad papal que todo ello comportó, socavando, así, el prestigio de la institución imperial, que se infamó aún más durante el dilatado interregno de 1250 a 1273. Pese a todo ello, durante el siglo XIII, el Papado alcanzó su momento álgido en la etapa medieval, desde la elección de Inocencio III (1198-1216) hasta Bonifacio VIII (1294-1303). La monarquía francesa alcanzó también en este siglo su período más alto, en manos de los Capeto, y con reyes de la talla de Luis IX el Santo (1226-1270) y Felipe IV el Hermoso (1285-1314).

Por otro lado, el panorama de la península ibérica durante el siglo XIII es un continuo ir y venir de batallas, guerras civiles, y conquistas y reconquistas de los diferentes reinos que comprenden el territorio cristiano y las taifas andalusíes. [7] Nada nuevo, por supuesto, es que en el siglo XIII, debido a la política conquistadora de los pueblos cristianos peninsulares, el al-Andalus quedó reducido al Califato de Córdoba, donde Muhammad ibn Nasr consiguió consolidar una dinastía que se mantuvo hasta las campañas de conquista propiciadas por los Reyes Católicos. Los reinos cristianos, tras la muerte del Rey leonés Alfonso XI, se unieron coronados por el hijo de este último, Fernando III, ya Rey de Castilla, en la potencia de Castilla y León, mientras que en el reino de Navarra se implantaban monarquías francesas. Desvinculada, por ahora, del Imperio castellano-leonés, la Corona de Cataluña y Aragón mantuvo una política un tanto opuesta a las pretensiones de los reyes de Francia, que se consolidó con la incipiente reconquista de los territorios de Mallorca, Valencia y Murcia por parte del rey Jaume I (1213-1276). El Rey catalán se respaldó de la nobleza catalana y aragonesa para acometer con una campaña militar de tanta envergadura.


En diciembre de 1228, Jaume I, un monarca joven que apenas había cumplido veinte años, reunió una asamblea de nobles, clérigos y patricios con la intención de establecer las inversiones que destinarían a la expedición a tierras mallorquinas. En septiembre de 1229, comenzaría la incursiva en la antigua capital de Mallorca, Medina Mayurca, que no capituló hasta el 31 de diciembre de 1232. Animado por el éxito de la campaña mallorquina, Jaume I se aventuró a la conquista del Reino de Valencia, que se entregó tras la batalla del Puig, en 1237; y del Reino de Murcia, que entregó a Alfonso X de Castilla. Tras su muerte, este gran monarca que era Jaume I dividió su reino entre sus hijos, Pere, que sucedió a su padre en los reinos de Aragón, Valencia y Cataluña (al que le sucedió su hijo, Jaume II de Cataluña y Aragón), y Jaume, destinado a gobernar el reino de Mallorca, Conde de Rosellón y la Cerdaña, y Señor de Montpellier. [8]
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Recapitulando, otros sucesos importantes del contexto europeo en el siglo XIII fueron la IV Cruzada (1204) que tomó Constantinopla e instaló en dicho lugar el Imperio Latino de Oriente (1204-1261), hecho que facilitó los intercambios culturales entre ambos puntos de Europa. Intrínsecamente a este panorama histórico, el papel que juega la cultura se enclava en los centros universitarios que empiezan a surgir en los albores del Doscientos, tales como la Universidad de París o la Universidad de Oxford.
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Será en estos momentos cuando se producirán las mayores controversias intelectuales, auspiciadas por un siglo que tan sólo está floreciendo y por un panorama político que cambia constantemente.

II. Orígenes: jarchas y épica

Apuntábamos más arriba que la influencia islámica en el contexto social (y, por ende, cultural) es uno de los factores determinantes, por poner tan sólo un ejemplo, en la literatura que se produce en los preludios del románico castellano. El descubrimiento por parte de Stern [9] de las jarchas –composiciones poéticoamorosas en lengua romance– ratifica el origen árabe de estas breves composiciones que se hallaban en las últimas líneas de las moaxajas, composiciones poéticas hispanoárabes utilizadas, asimismo, por los poetas hebreos hispánicos. Si tenemos en cuenta el contexto del momento, podemos afirmar que estas composiciones amorosas en lengua romance «precedieron y originaron [...] formas típicas de la poesía árabe».
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[10] La invasión musulmana que se produce con totalidad en el 711 en la Península Ibérica es llevada a cabo por ejércitos en los que había muy pocas mujeres, con el posterior resultado de que, rápidamente, florecieran familias compuestas por padre musulmán y madre hispanoromana. Los hijos de estos matrimonios, es apropiado pensar, consideraban la lengua materna, es decir, el romance, como lengua familiar con la que solían expresar sentimientos profundos como el ‘amor’. Así pues, dicha lengua «sería considerada en tales circunstancias el vehículo de la vida sentimental, y las canciones de amor femeninas en dicha lengua serían naturalmente conocidas y aceptadas en gran parte por la comunidad árabe». [11] No obstante, estas breves composiciones no se detienen mucho en una bordada descripción, sino que, más bien, estamos frente a metáforas que expresan el sentimiento amoroso de los amantes.

Otras composiciones del albor de la literatura románica castellana se centran en la épica, esta sí mucho más descriptiva y realista, si la situamos en comparación con, por ejemplo, la épica germánica, mucho más fantástica. La épica castellana se ve condicionada, y es fruto de ello, por la situación políticosocial que se vive en los primeros reinos cristianos independientes que surgen en el territorio peninsular y por el ecuánime derecho a la ‘reconquista’. [12] Precisamente, uno de los principales artífices del concepto de ‘Cruzada’ en la Península Ibérica fue el monasterio de Cluny, que apoyó a Sancho III de Navarra e intercedió frente al papado en pro de la conquista castellana. En este período, surgirán líderes autónomos que se movían en ambos lados de las fronteras, consiguiendo riquezas y territorios en sus incursiones.
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Caso es este el del Cid Campeador. Por un lado, con el auxilio de los reinos europeos, unidos al papado y su concepción de cruzada; y, por otro, con el surgimiento de las nuevas dinastías musulmanas, el panorama se complica mucho más. Muerto Fernando I en 1065, Sancho acabó la guerra con el reino de Aragón. Tras ello, Sancho II comenzó la reconstrucción del reino paterno que había sido dividido entre los vástagos del monarca. El primero en sentir la ira de Sancho II será García, rey de Galicia, quien tiene que refugiarse en Sevilla junto al rey Moctamid. El nuevo rey no tardó mucho más en atacar al naciente emperador leonés y en retirar las taifas de Toledo a su hermano Alfonso. En este panorama, Doña Urraca, hermana de Sancho II y Alfonso, juega un importante papel pues sentía gran predilección por el segundo. Se levanta una rebelión insuflada por Doña Urraca que acaba con la muerte de Sancho II, asesinado por Bellido Adolfo. [13] De inmediato, Alfonso VI (1072-1109) fue llamado por su hermana Doña Urraca, quien obtiene el título de reina, para reclamar el imperio que se hallaba sin gobierno. Urgía tomar posesión de Castilla, pero allí estaban los compañeros del rey muerto capitaneados por Rodrigo Díaz de Vivar, a quienes no quedándoles otra opción deben acatar a Alfonso VI como rey del Imperio, pero no sin antes, para mantener su honra como caballeros, hacerle jurar que no había tomado parte en el asesinato de su hermano, Sancho II. Con este episodio, llamado “jura de Santa Gadea”, comienza el Cantar de mío Cid y el destierro de su héroe. [14]

Estamos en un período histórico en el que las necesidades del combate y de la repoblación han otorgado a la sociedad unas características y unos valores curiosos, ya que por un lado la guerra mantiene el prestigio regio y eso dificulta la consolidación del feudalismo, aunque por otro el cultivo de la tierra y la defensa de los territorios exigen concesiones al feudalismo o, bien, protección de un hombre o grupo de ellos por un señor elegido. Esto se traduce en la sociedad con sus manifestaciones: la literatura, que representa con creces el mundo circundante, nos muestra la experiencia vital del Cid Campeador para darnos a entender cuáles eran las conductas de los hombres y sus más bajos instintos. Rodrigo Díaz de Vivar, tras la muerte del rey Sancho, sirvió al rey Alfonso VI, legítimo heredero del imperio, quien le encargó el arrendamiento de las parias de Sevilla. Durante su regreso, sus enemigos –¡Esto me an buelto mios enemigos malos! (v. 9) [15] – lo acusaron de haber robado cierta parte del arrendamiento de ese tributo. Cae el Cid en desgracia y es desterrado por el rey Alfonso.

Al frente de una mesnada en 1080, el Cid pasó a formar parte del ejército del rey sarraceno de Zaragoza. Sin embargo, en dos ocasiones recibió el rey Alfonso al Cid, aunque volvió a desterrarlo. Por ello, el Cid Campeador atacó al rey moro de Lérida y pasó a formar parte, en esta ocasión, del ejército del rey de Valen-cia, en cuyo nombre venció en Tévar (1090) al conde de Barcelona, Berenguer Ramon II, aliado del rey de Lérida. Cuando el Cid se apoderó de la ciudad de Valencia (1094), el prestigio de éste era ya muy grande, tras algunos enfrentamientos con el rey Alfonso. Tomada ya Valencia, el Cid se reconcilió con Alfonso VI, quien, mientras el Cid realizaba sus incursiones en los mencionados reinos levantinos, ocupaba la ciudad de Toledo (1085), ultrapasando la frontera del valle del Duero hasta el valle del Tejo.

Paralelamente, la frontera se consolidaba con la repoblación de antiguas ciudades como Madrid, Coria, Guadalajara, Talavera, Mora y Uclés. Tras estas conquistas, los reinos musulmanes de Sevilla, Badajoz y Granada pedirán ayuda a los almorávides del norte de las tierras africanas, hecho que provocó que este pueblo guerrero y fanático, que provenía de los territorios marroquíes, venciese al rey Alfonso en la batalla de Sagrajas (Zalaca), en 1086, provocando malos tiempos para el imperio castellano con las derrotas posteriores de Consuegra (1097) y Uclés (1108). La situación de la Península a finales del siglo XI era tan delicada y grave para los cristianos que estos tuvieron que pedir ayuda a un ejército de cruzados franceses para contener a los musulmanes. Éste es el ambiente en el que fue forjado el cantar de gesta, y particularmente, el Cantar de mio Cid y el personaje del Cid, Rodrigo Díaz de Vivar, quien fue reivindicado como un ejemplo a ser seguido por los caballeros cristianos en su lucha en la frontera. El cantar de gesta, cantado por un juglar en plazas y palacios, populariza las heroicidades de aquellos guerreros que sobresalen, erigiéndolos como elemento de la imaginería y el saber popular.

[16] La sociedad se ve reflejada en la literatura con estas composiciones y, a la par con estos cantares de gesta, surgen otras como los romances, de carácter oral y primordialmente popular, que existirán como fragmentos autónomos de dichos cantares y que popularizarán las hazañas de estos héroes. Con ello se puede observar que los trastornos de la sociedad crean una consonancia entre el gusto cultural de la época y las razones aquí aducidas, forjando una ‘sociedad de guerra’ totalmente sometida a las circunstancias del período.

III. Los albores de la literatura doctrinal

Del mismo modo, la cultura del siglo XII estará marcada por los acontecimientos sociales y por las derrotas frente a los musulmanes. No obstante, será el siglo XII el momento del renacer cultural otrora anunciado debido al progreso de la sociedad feudal y la economía, además del surgimiento de las primeras escuelas catedralicias que, más tarde, se convertirían en las universidades. Poco se conoce sobre escuelas catedralicias en el territorio castellano, aunque bien se pudo contar con una en Toledo.
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Pese a ello, un papel importantísimo es el de los juristas que desempeñaron una labor, junto con los filósofos, de excepcional relieve en cuanto a la cultura se refiere, escribiendo en latín, nutriendo la literatura romance floreciente. Pese a ello, en comparación con el resto de la Europa Occidental, España se halla en un considerable retroceso debido a la presencia de almorávides y almohades que harán demorar el sueño de la Reconquista. La victoria en la batalla de Navas de Tolosa (1212) será el acicate definitivo para que la cultura románica castellana progrese y cuente con una importante tradición en lírica culta y prosa escritas en lengua romance. Pero esta primera mitad del siglo XIII está dispuesta culturalmente por las traslaciones de textos foráneos y el apego a las auctoritates, además de hitos fundamentales como el IV Concilio de Letrán y la instauración por parte de Alfonso VIII y el obispo don Tello del estudio general de Palencia (1212-1214) de donde saldrán personajes como Gonzalo de Berceo, scolares clerici diestros para hacerse con un lugar en la sociedad y diligentes en lucir su meritoria formación intelectual. [17] Esta nueva tradición cultural basada en la cultura y los estudios universitarios sobrevendrá como de vital importancia para la ratificación de los principios de cada reinado, sus títulos y sus privilegios. Así pues, esta cultura incipiente, este ‘mester de clerecía’ está al servicio de los nobles, de las capas oligárquicas, aunque, eso sí, presen- tando nuevas y diferentes concepciones en el arte poético medieval hasta el momento.

Por otro lado, la caballería, esta sociedad dirigente antes citada, representaba la violencia, pues estos hombres se lanzaban unos contra otros al primer motivo. El continuo ambiente de guerra del siglo XII que se respiraba debido al proceso de reconquista –sin olvidar las batallas internas entre nobles de un mismo bando por este o aquel territorio– pudo llegar a ser irrespirable. [18] Como afirma Da Costa: «Esta violencia se sucedía porque las prácticas judiciales eran lentas e imperfectas: no existían tribunales regulares que recibieran la queja y actuaran en contra del agresor. Así, el caballero que sufría un daño por parte de uno de sus pares debía hacer justicia con sus propias manos. Toda discordia entre caballeros resultaba un conflicto armado. El carácter del proceso estimulaba las agresiones: los juicios eran apenas conciliadores, no impugnaban la sentencia. Eso embravecía el recurso a la violencia, y los mayores perjudicados eran los campesinos». [19] Frente a este panorama –que ya ha quedado bien plasmado con las correrías del Cid y los problemas feudovasalláticos que hasta ahora hemos analizado–, el surgimiento de esta nueva cultura del ‘mester de clerecía’ bien puede servir para promover valores entre los nobles, además de instruir al vulgo.

Al hilo de este contexto, se me antoja el Libro de Alexandre como un posible ejemplo de literatura doctrinal que intenta instruir al noble para que aprehenda unos valores determinados a partir de las aventuras de uno de los más grandes guerreros de la historia: Alejandro Magno.
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[20] Fruto de este período son también obras como El libro de Apolonio o el Poema de Fernán González: en ellos se nos muestra unos valientes guerreros que no se amedrentan ante nada y, particularmente en el caso del segundo, la creación de la gran Castilla. Sin embargo, en el Libro de Alexandre tenemos esto y mucho más: el personaje que se nos presenta es un guerrero ducho en las armas, pero también culto e instruido en las letras. [21] Aleixandre es presentado como el paradigma del caballero perfecto, y el saber es el componente básico de su personalidad y uno de los elementos estructurales de la obra, lo que supone una alianza entre caballería y clerecía, entre armas y letras. [22] Verbigracia,

Del prinçepe Alexandre que fue Rey de Grecia,
Que fue franc e ardit e de grant sabençia,
Vençió Poro e Dário dos reys de grant potençia,
Nunca connosçió omne su par en la sufrençia. (Libro de Alexandre, 6)

El autor del Libro de Alexandre no sólo nos cuenta la vida de Alejandro, sino que, también la rodea de conocimientos muy heterogéneos que la tornan inteligible desde diferentes puntos de vista. Como Alejandro es un conquistador es lícito inscribir en la obra una imago mundi; porque el macedonio poseía una sed inapagable de saber, se inscriben doctrinas enciclopédicas; porque el héroe es un claro modelo de conducta sus proezas sirven como exemplum. Tales hazañas, no son producto de la fuerza sin control, sino de una esmerada educación que pone de relieve la máxima que don Íñigo proferiría siglos más tarde: «La sciencia non embota el fierro de la lança, nin face floxa el espada en la mano del cavallero», sino más bien todo lo contrario. [23]

Pero no adelantemos acontecimiento, pues la literatura que se forja en estos momentos difiere en gran medida de la literatura doctrinal que el Marqués de Santillana, Juan de Mena o el Obispo de Cartagena forjarán en la Baja Edad Media. [24] Esta literatura de carácter clerical impone unas virtudes que se consideran perdidas por las altas jerarquías de la Iglesia. Se procede, pues, a una reforma desde todos los escalafones, y la literatura es tan buena como cualquier otro medio para instruir y moralizar. Así pues, surgirá una literatura doctrinal, de materia puramente religiosa, en la que impera la búsqueda de Dios y de las virtudes. Una de las primeras obras peninsular importante que posee una nueva dimensión moralizadora es el Calila e Dimna, libro alfonsí incluido en la General Estoria; [25] a ella le sigue el Sendebar [26] y el Barlaam e Josafat [27] , todos ellos traducidos sobre la segunda mitad del siglo XIII por la escuela de traductores toledana. [28] Surge, como secuencia de estas obras, un nuevo género doctrinal, que ya tratamos en parte en su momento, y que comprende obras de origen hispánico tales como la Doctrina pueril (1275-1282), el Llibre d’ordre de cavalleria (1279-1283), el Blanquerna (1283) o el Fèlix (1288-89) de Ramon Llull.

[29] Puede servirnos el Beato como ejemplo de lo que queremos exponer, pues observamos en éste el germen de esta reforma eclesiástica que la Iglesia sufre desde el siglo XI, bajo la dirección del Papa Gregorio VII y que como origen había tenido tres objetivos: el refuerzo de la autoridad papal, una cruzada que reconquistase las tierras dominadas por los musulmanes, y, el más importante, la reforma moral del clero. Dicha reforma nos conducirá tan sólo un siglo más tarde a los inicios de un ‘pseudohumanismo’ que se dedicará a seguir la tarea iniciada de restituir la virtus y la fides latinas en las capas dirigentes. [30] No obstante, ya Alfonso X ‘el Sabio’ propone una didáctica pedagógica para instruir a su sociedad mediante la lectura y el comentario de textos de la General estoria, donde se deja bien claro cómo debe accederse al saber:

leyén los maestros cada uno de su arte una lección que oyén todos los otros, e después cuydaban ý en muchas maneras, e desputaban e razonaban sobrellas, por entender meior cada unos aquello de que dubdauan e querién ende seer ciertos. [31]

E aquí que el saber se absorbe en el leer, y este saber es el que proporciona sabiduría al gobernante para dirigir su territorio con mano inquebrantable pero, también, con gran justicia. En esta línea están los ya mencionados libros moralizadores, pero, además, hallamos ejemplos de personajes, tales como Moisés, Josué, Hércules, Ulises, Julio César... Es ésta una pretensión de dominar las seis edades de la historia aportando relatos que se combinan en el tejido textual con textos de contenido bíblico con una sola razón: moralizar y otorgar los valores de antaño.

Pero volviendo a Llull, estos escritos, compuestos en lengua vulgar, suponen una gran innovación en la literatura románica pues se constituyen como manuales para el adoctrinamiento de jóvenes muy en armonía con los Castigos e documentos del rey don Sancho y el Libro de los exemplos de finales del siglo XIII. Las cuatro obras presentan cada una por ellas mismas un estamento de la sociedad que debe corregirse: la instrucción de los jóvenes príncipes, la situación de la caballería y la concepción del hombre religioso. Ramon Llull no escribe tan sólo, como podía ser el caso de otros autores de su misma época, para las clases dirigentes o con la finalidad de acicalar el lenguaje. Llull representa en sus obras todos los estamentos sociales y, a su vez, todos los factores que circundan la sociedad presente: el problema musulmán (ya un tanto diluido en estos momentos, pero aún reciente en la mente y la convivencia de las gentes), la barbarie de los caballeros medievales y la problemática de la Iglesia frente a estos hechos, el problema de las órdenes religiosas y la situación del pueblo frente a Dios. Así pues, Llull propugna una revalorización de las virtudes en todas las clases sociales, desde el noble y el clérigo, hasta las gentes del pueblo, pues todos son hijos de Dios y su principal deseo debe ser servirle y honrarle con humildad.

El caldo de cultivo hasta ahora planteado es el que influirá notoriamente en la obra luliana y en su particular forma de pensar, pero, a su vez, estos escritos lulianos influyen en la con-cepción castellana más castiza, verbigracia, el Libro de caballero et escudero de Don Juan Manuel, con quien podemos afirmar comienza una doctrina que se permutará, y se desarrollará con creces, en los escritos pedagógicos del Otoño de la Edad Media.

IV. Conclusiones

Las fuerzas de la Cristiandad se fortalecieron cuantiosamente a partir del año 1200, gracias a la dedicación de una serie de papas a la resolución de los problemas que la época sufre. El IV Concilio de Letrán fue determinante en este contexto y se toma el sermón como medio más importante para el adoctrinamiento de los seglares, constituyéndose éste como la herramienta principal para la predicación de los nuevos valores que la Iglesia quiere propugnar. Más tarde, con personajes como Sant Vicent Ferrer, la predicación oral se pone en escrito, aunque, eso sí, comienza a perderse el carácter original pasando del sermón que se predica, a la obra escrita, concebida para ser leída. Sea como sea, el germen de esta reforma de la Iglesia se ve apuntalado en todas las manifestaciones culturales que el hombre idea, siendo éstas un claro reflejo de la realidad que viven.

Ya sea el arte románico, ya la literatura, ya la tradición popular, todos ellos siguen unas mismas pautas que vienen marcadas por los acontecimientos que se suceden en el contexto social. Desde las primeras manifestaciones peninsulares en lengua vulgar, hasta los últimos escritos del siglo XIII, unos y otros muestran las transformaciones que sufre el entorno social y la mella que estas transformaciones causan en la conciencia colectiva del pueblo, además, de en la conciencia particular de clérigos y gobernantes. Los cambios, las influencias foráneas, los enfrentamientos se ven representados en una cultura que gusta o rehuye los mismos y que resulta el mejor ejemplo de una época que desde siempre se ha visto como una época sumida en las tinieblas. Así las cosas, el predicador necesitaba recopilaciones de historias para sus sermones; y si bien al principio, utiliza la Biblia, a los Padres de la Iglesia y las vidas de santos, posteriormente, se empezarán a crear conjuntos de exempla para ilustrar la moral cristiana y se tomaran a personajes paganos como Esopo, Valerio Máximo, Ovidio... que desde un prisma totalmente cristianizado sirven como ejemplo de hombres píos. De esta suerte, surgen las obras que hemos mencionado hasta ahora, como fuente de saber moral para cristianos y como simiente de lo que más adelante conoceremos como el humanismo ilustrador de la Baja Edad Media.