Al terminar el concierto, visitamos al artesano más antiguo de las tradicionales máscaras venecianas; que al contrario de lo que la gente piensa, las originales eran de piel de cerdo, no de papel; fue el pueblo que queriendo imitar a la nobleza empezó a decorarlas.
Según el pensamiento de la época, la piel de cerdo en contacto con la cara, confería a su portador la suficiente fuerza, y virilidad para conquistar a esas cortesanas, de las que Venecia era junto con Francia, el faro para ese mundo de placer.
También servían para que ladrones y sicarios ajustaran cuentas al anochecer en esos callejones de esta enigmática ciudad.
Las máscaras han sido usadas en Venecia desde la Antigüedad. Con un nivel sin igual de la riqueza social, los ciudadanos de Venecia desarrollaron una cultura en la que la ocultación de la identidad que en algunos quehaceres se convirtió en fundamental para la actividad diaria.
Parte del secreto fue pragmático: hay cosas que hacer, gente a la que ver, y puede ser que no sea deseable que los demás lo sepan. Después de todo, Venecia es una ciudad relativamente pequeña. Además, las máscaras sirven para el importante objetivo social de mantener a todos los ciudadanos en igualdad de condiciones.
Sin embargo, algunos se aprovecharon de la situación. La sociedad durante la República creció cada vez más decadente. La inmensa cantidad de viajeros que pasaban por la ciudad conllevaba riquezas, comercio, pero también promiscuidad.
Las prendas de vestir de la mujer se hacen más provocadoras en este periodo, la homosexualidad-mientras se condena públicamente- es bien acogida por la población. Incluso monjas y monjes iban vestidos con las últimas creaciones importadas: bajo las máscaras participan en los mismos hechos que la mayoría de sus conciudadanos.
Roma entretanto hace la vista gorda, siempre y cuando la República siguiese aportando donaciones generosas. La República cayó en un estado de lujo, indolencia, y decadencia moral. Con el tiempo, el uso de máscaras en la vida cotidiana fue prohibido y limitado sólo a ciertos meses del año. Durante el último año de la existencia de la República, este período se extendió a lo largo de tres meses a partir de 26 de Diciembre. Después del 1100, la mascarada pasó por períodos a ser proscrita por la Iglesia Católica, especialmente durante los días santos. Pero se acaba llegando a la aceptación de su uso cuando se declara entre los meses de Navidad y Martes de Carnaval un permiso especial para usar la máscara veneciana.
Este período se convirtió en el Carnaval, la celebración previa a la Cuaresma.
La moderna celebración del Carnaval de Venecia ha renovado el arte y la artesanía de hacer máscaras venecianas. Hoy las máscaras sirven para deslumbrar a los turistas, como complemento de bailarines o para desfiles de Carnaval. El uso de máscaras venecianas se ha propagado incluso en otras fiestas como Halloween, pero siempre llevan tras ellas su rica historia italiana.
Estado, inquisidores y espías podían interactuar así con los ciudadanos sin miedo a que su verdadera identidad se descubriera (y los ciudadanos responder sin temor a represalias). La moral de la población se mantenía a salvo: sin rostros, todos tienen voz, algo parecido a los anónimos anodinos que interactúan hoy en Internet, pero con más clase…
Venecia, es realmente una ciudad anónima, los venecianos se esconden por sus callejuelas, excepto los que viven del turismo.
Esta orbe, cuna del Gran Vivaldi, el “pelirrojo” que más tarde podríamos ver en una ruta de dos horas en góndola, entrando cada vez más en la verdadera ciudad, con su ropa colgada, fuera de la mirada curiosa de los turistas, sin publicidad de grandes marcas, sin turistas casi en palestras, porque el mar reclama, lo que en derecho le corresponde inundando la Plaza de San Marcos. El gondolero, de 10 generaciones, en sus hombros, nos cuenta la historia de cada piedra, y en algún momento el miedo salta a sus ojos, y cambia rápidamente la vista…
Leyendo en sus paredes, vemos historias de caballeros y cortesanas, gente común e incluso animales, de los cuales podrían hablar las piedras de la ciudad si nos detuviéramos a escucharlas. Historias del carnicero que hacía salsas con la carne de los niños, o el panadero pobre asesinado por un diablo disfrazado de mono.
Sede de los legendarios vampiros, que según la tradición viven en la nocturnidad, y del que se encontró en esta ciudad, un cráneo. El antropólogo forense italiano Matteo Borrini halló en una fosa común de 1576 el cadáver de una mujer considerada por sus coetáneos como una vampiresa, ya que tenía incrustado un ladrillo en la boca para evitar que siguiera “mordiendo” desde la ultratumba.
En la Edad Media, Venecia fue azotada por diversas plagas que llevaron a la población a enterrar a miles de personas en fosas comunes como la que investigó el antropólogo italiano.
La investigación de Borrini apunta a que en la época se pensaba que los vampiros, una figura a la que leyendas ancestrales culpaban de plagas como la peste, se alimentaban de “masticar las mortajas de los muertos”.
Por eso, la convención indicaba que había que introducir una piedra en la boca del vampiro para que dejara de alimentarse y muriera definitivamente.
Borrini, que hizo un paralelismo con un “enterramiento simbólico como los de la mafia”, aseguró que llegó a la conclusión de que en el siglo XVI se pensó que esta mujer era una vampiresa tras estudiar diversos tratados como el ‘Dissertatio historico-philosophica de masticatione mortuorum’, escrito por el teólogo protestante Philippus Rohr en 1679.
Pero Venecia, fue testigo de los avatares del Conde de Cagliostro, verdadero “inventor” del Rito Egipcio. Este Maestro Templario, perteneciente al grupo gnóstico “Saint Jakim”, que como bien dice en su libro La Santísima Trinosofía”.
"Se necesita haber estudiado en las pirámides, tal como yo lo he hecho".
Sus enemigos contrataron a un detractor, que utilizando todo tipo de embustes, intentó manchar su imagen creciente de gran iniciado.
El proyecto de Cagliostro fracasó y él mismo fue la última víctima de la Inquisición Romana. Su Rito Egipcio desapareció tras su muerte, si bien algunos de sus discípulos reconstruyeron luego el Rito de Menfis. Este Rito, que todavía existe, ha sido, históricamente, el foco de irradiación del que han surgido los movimientos ocultistas desde mediados del siglo XIX hasta nuestros días.
En el fondo, Cagliostro parece un personaje dramático, alguien que intentó “construir la historia”, pero que, paradójicamente fue utilizado por las “fuerzas ocultas” que dirigen la historia. Cagliostro creyó haber sido iniciado en los antiguos misterios egipcios, pero, en realidad, solamente tuvo acceso a una parte de la tradición egipcia relacionada con el culto a Seth, es decir, tuvo un conocimiento fragmentario y parcial de la tradición mágica. Fue incapaz de controlar a las fuerzas evocadas que, finalmente, le arrastraron a su triste muerte en un húmeda celda romana. Cagliostro, a diferencia de Saint-Germain, fue un juguete en manos de sus iniciadores, especialmente Altotas y Kolmer. Solamente haría falta saber a qué proyecto servían ambos.
Otro de los magos, que operó en Venecia, fue el mencionado Saint Germain, Decía Voltaire en una carta dirigida a Federico El Grande anotó: "Saint-Germain es un hombre que nunca muere y conoce todas las cosas".
Vistiendo siempre de NEGRO, nunca aceptaba invitaciones, el aparecía y desaparecía, para muchos espía utilizaba los nombres de Marqués de Montferrat, Marqués de Aymar, Conde de Belmar, de Soltikov, de Wendome, de Monte Cristo y de Saint Germain, Caballero de Schoening, Monsieur Surmont, Zanonni y Príncipe Rackoczy.
Su magia, y conocimiento salvó a una amante de Luis XV, que había ingerido veneno en el Parque de los Ciervos, lo que rápidamente le dio la protección del Monarca.
La prueba de que vivió en Venecia, incluso forma parte de la leyenda más conocida, una noche el conde acudió a una fiesta organizada por la anciana condesa Von Georgy, cuyo difunto marido había sido embajador en Venecia allá por los años 1670.
Al oír que anunciaban al conde Saint-Germain, la condesa dijo que recordaba el nombre de cuando ella estuvo en Venecia.
¿Acaso el padre del conde estuvo allí por aquella época?
No, contestó el conde, él mismo había estado allí, y se acordaba muy bien de la condesa: una hermosa y joven muchacha.
Imposible, replicó la condesa. El hombre que ella conoció entonces tenía por lo menos 45 años, aproximadamente la misma edad que el conde tenía en aquel momento.
«Madame», dijo el conde sonriendo, «yo soy muy viejo».
«Pero entonces usted debe tener casi 100 años», exclamó la condesa.
«No es del todo imposible», replicó el conde, exponiendo algunos detalles que convencieron a la condesa, la cual exclamó:
«Me ha convencido. Es usted un hombre sumamente extraordinario, un demonio».
«¡Por el amor de Dios!», exclamó el conde con voz de trueno.
«¡No pronuncie estos nombres!» Le sobrevino un temblor o calambre por todos los miembros del cuerpo, y abandonó la sala inmediatamente.
Intimo amigo, del otro personaje por excelencia de la Serenísima: Giacomo Casanova, que lo conoció bien, escribe sobre él en sus “Memorias”: "A nadie he oído hablar con tanta elocuencia y fascinación. Razonaba de una forma tan extraordinaria, que el sabio y el ignorante le entendían debido a que se estaba dirigiendo a ellos en un mismo nivel".
En su tumba aparece el siguiente epitafio:
«Aquel que se hacía llamar conde de Saint-Germain y Welldone, y del que no hay otras informaciones, ha sido enterrado en esta iglesia».
Sigamos en la góndola, por esos caminos de agua, viendo ahora el Palacio de Giacomo Casanova, más conocido como el conquistador de vidas… Masón, iniciado por el conde de Waldstein.
Su relación con las mujeres seguiría junto con los estudios y ya no se pararía jamás. A los 15 anos siguió experimentando, en este caso con 2 chicas huérfanas, un "menage a trois". Entretanto, ya que Casanova nunca se aburriría, tuvo otra relación con la preferida de su profesor, la querida del senador, que era una cantante, Teresa.
No fue, de hecho hasta los 21 años que se independizó, y empezó su destino en solitario. Se hizo violinista y viajó hasta Corfú y Constantinopla, más tarde regresó a Venecia. Su madre haía muerto, y su padre le llevó hasta Roma para ingresarlo a las órdenes de un cardenal y hacerle trabajar como fraile, pero esta idea no funcionó. Se hizo luego médico, con conocimientos adquiridos en sus estudios, y con el dinero que ganó se aficionó a la magia y a la cábala. Pero a oídos de la Inquisición llegó su afición y empezó a ser perseguido. Recorrió escapando muchas ciudades de Francia e Italia, hasta que volvió de nuevo a la ciudad de Venecia.
En Roma conoció al papa Clemente XIII, en Prusia, al rey, a Federico II el Grande, y a Catalina la Grande en San Petersburgo, la cual le ofreció un cargo en el ejército, pero Casanova lo rechazó. Residió en Zurich, hasta que se traslada a Madrid y a Barcelona. En Madrid organizó más o menos políticamente a alemanes y suizos, y en Barcelona, pasó 42 días en la cárcel por descubrirsele un affaire con la mujer del Capitán General del ejército español.
La amistad entre Mozart y Casanova, es más que patente, al igual que su influencia masónica, ya que el compositor, encantado con sus aventuras, escribió la ópera Don
Giovanni, y la residencia de ambos estaba cercana.
Casanova es un sibarita de las contradicciones humanas; diagnostica los bajos instintos con el calculado interés de usufructuarlos. A diferencia de Diderot o D’Alambert, considera que sus congéneres son incorregibles; no dedica sus días a edificarlos sino a inventar maneras de disfrutar entre sus vilezas.
Cuando conoce a Voltaire, le dice: “amad a la humanidad, pero amadla como es”. De poco sirve embellecer al hombre; hay que quererlo por sus defectos. Además, el entendimiento se vuelve pernicioso al repartirse: “un pueblo sin superstición sería filósofo, y los filósofos no quieren obedecer”. El conocimiento sólo debe llegar a quienes lo merecen, como una clave secreta que beneficia a una astuta cofradía. Con frecuencia, Casanova disfraza su egoísmo de una exaltación de la personalidad; se pretende miembro de una “intensa minoría plural”, para usar la expresión de Sollers, una casta superior que le permite cometer abusos en nombre de la individualización tan cara al siglo XVIII.
Fiel a sus convicciones, el Caballero de Seingalt fue terriblemente arbitrario con Voltaire. Su amigo Haller le había dicho que, en contra de las leyes de la física, el autor de Cándido era más grande de lejos que de cerca. Sin embargo, cuando Casanova lo conoce afirma que es el máximo momento de su vida. Luego sobrevienen las discusiones que integran los capítulos de mayor densidad intelectual de las Memorias y, por último, el pleito por una bagatela: Voltaire critica la traducción que Casanova hace de su Escocesa y olvida contestar una carta. Esto basta para que el veneciano despotrique contra él durante décadas. Al final de su vida, acepta su error: “La posteridad me colocará en el número de los Zoilos que la impotencia desencadenó contra este gran genio”.
El pasaje es emblemático: el memorialista no pretende tener razón. Una de sus palabras claves es “combinaciones” (en riguroso plural); la urdimbre de los días está hecha de una sustancia azarosa, que rara vez se modifica a voluntad. Los aciertos y los equívocos no merecen mayores fanfarrias ni lamentos porque sólo en parte dependen de nosotros. El apostador no subordina la libertad a la conciencia, incluso sus últimas palabras son un truco de baraja: “He vivido como un filósofo y muero como un cristiano”.
En el contexto del XVIII, “filósofo” equivale a “descreído”, “libre”, “escéptico”. Casanova sostiene que usó su tiempo con liberalidad “filosófica” (una forma bastante suave de referirse a sus descalabros), pero se arrepiente y cae “como un cristiano”. Seductor hasta el final, busca un pasaporte para el más allá y muere en una última pose, la de virtuoso repentino.
Casanova nunca abjuró de la fe católica por la sencilla razón de que jamás rechazó la membresía de un club que pudiera beneficiarlo. Más que un librepensador a la manera de Voltaire, fue un oportunista ilustrado, capaz de fingirse filósofo o sacerdote con idéntico cinismo.
El Príncipe de Septimio-Bathzabbay El Tadmur.-
Según el pensamiento de la época, la piel de cerdo en contacto con la cara, confería a su portador la suficiente fuerza, y virilidad para conquistar a esas cortesanas, de las que Venecia era junto con Francia, el faro para ese mundo de placer.
También servían para que ladrones y sicarios ajustaran cuentas al anochecer en esos callejones de esta enigmática ciudad.
Las máscaras han sido usadas en Venecia desde la Antigüedad. Con un nivel sin igual de la riqueza social, los ciudadanos de Venecia desarrollaron una cultura en la que la ocultación de la identidad que en algunos quehaceres se convirtió en fundamental para la actividad diaria.
Parte del secreto fue pragmático: hay cosas que hacer, gente a la que ver, y puede ser que no sea deseable que los demás lo sepan. Después de todo, Venecia es una ciudad relativamente pequeña. Además, las máscaras sirven para el importante objetivo social de mantener a todos los ciudadanos en igualdad de condiciones.
Sin embargo, algunos se aprovecharon de la situación. La sociedad durante la República creció cada vez más decadente. La inmensa cantidad de viajeros que pasaban por la ciudad conllevaba riquezas, comercio, pero también promiscuidad.
Las prendas de vestir de la mujer se hacen más provocadoras en este periodo, la homosexualidad-mientras se condena públicamente- es bien acogida por la población. Incluso monjas y monjes iban vestidos con las últimas creaciones importadas: bajo las máscaras participan en los mismos hechos que la mayoría de sus conciudadanos.
Roma entretanto hace la vista gorda, siempre y cuando la República siguiese aportando donaciones generosas. La República cayó en un estado de lujo, indolencia, y decadencia moral. Con el tiempo, el uso de máscaras en la vida cotidiana fue prohibido y limitado sólo a ciertos meses del año. Durante el último año de la existencia de la República, este período se extendió a lo largo de tres meses a partir de 26 de Diciembre. Después del 1100, la mascarada pasó por períodos a ser proscrita por la Iglesia Católica, especialmente durante los días santos. Pero se acaba llegando a la aceptación de su uso cuando se declara entre los meses de Navidad y Martes de Carnaval un permiso especial para usar la máscara veneciana.
Este período se convirtió en el Carnaval, la celebración previa a la Cuaresma.
La moderna celebración del Carnaval de Venecia ha renovado el arte y la artesanía de hacer máscaras venecianas. Hoy las máscaras sirven para deslumbrar a los turistas, como complemento de bailarines o para desfiles de Carnaval. El uso de máscaras venecianas se ha propagado incluso en otras fiestas como Halloween, pero siempre llevan tras ellas su rica historia italiana.
Estado, inquisidores y espías podían interactuar así con los ciudadanos sin miedo a que su verdadera identidad se descubriera (y los ciudadanos responder sin temor a represalias). La moral de la población se mantenía a salvo: sin rostros, todos tienen voz, algo parecido a los anónimos anodinos que interactúan hoy en Internet, pero con más clase…
Venecia, es realmente una ciudad anónima, los venecianos se esconden por sus callejuelas, excepto los que viven del turismo.
Esta orbe, cuna del Gran Vivaldi, el “pelirrojo” que más tarde podríamos ver en una ruta de dos horas en góndola, entrando cada vez más en la verdadera ciudad, con su ropa colgada, fuera de la mirada curiosa de los turistas, sin publicidad de grandes marcas, sin turistas casi en palestras, porque el mar reclama, lo que en derecho le corresponde inundando la Plaza de San Marcos. El gondolero, de 10 generaciones, en sus hombros, nos cuenta la historia de cada piedra, y en algún momento el miedo salta a sus ojos, y cambia rápidamente la vista…
Leyendo en sus paredes, vemos historias de caballeros y cortesanas, gente común e incluso animales, de los cuales podrían hablar las piedras de la ciudad si nos detuviéramos a escucharlas. Historias del carnicero que hacía salsas con la carne de los niños, o el panadero pobre asesinado por un diablo disfrazado de mono.
Sede de los legendarios vampiros, que según la tradición viven en la nocturnidad, y del que se encontró en esta ciudad, un cráneo. El antropólogo forense italiano Matteo Borrini halló en una fosa común de 1576 el cadáver de una mujer considerada por sus coetáneos como una vampiresa, ya que tenía incrustado un ladrillo en la boca para evitar que siguiera “mordiendo” desde la ultratumba.
En la Edad Media, Venecia fue azotada por diversas plagas que llevaron a la población a enterrar a miles de personas en fosas comunes como la que investigó el antropólogo italiano.
La investigación de Borrini apunta a que en la época se pensaba que los vampiros, una figura a la que leyendas ancestrales culpaban de plagas como la peste, se alimentaban de “masticar las mortajas de los muertos”.
Por eso, la convención indicaba que había que introducir una piedra en la boca del vampiro para que dejara de alimentarse y muriera definitivamente.
Borrini, que hizo un paralelismo con un “enterramiento simbólico como los de la mafia”, aseguró que llegó a la conclusión de que en el siglo XVI se pensó que esta mujer era una vampiresa tras estudiar diversos tratados como el ‘Dissertatio historico-philosophica de masticatione mortuorum’, escrito por el teólogo protestante Philippus Rohr en 1679.
Pero Venecia, fue testigo de los avatares del Conde de Cagliostro, verdadero “inventor” del Rito Egipcio. Este Maestro Templario, perteneciente al grupo gnóstico “Saint Jakim”, que como bien dice en su libro La Santísima Trinosofía”.
"Se necesita haber estudiado en las pirámides, tal como yo lo he hecho".
Sus enemigos contrataron a un detractor, que utilizando todo tipo de embustes, intentó manchar su imagen creciente de gran iniciado.
El proyecto de Cagliostro fracasó y él mismo fue la última víctima de la Inquisición Romana. Su Rito Egipcio desapareció tras su muerte, si bien algunos de sus discípulos reconstruyeron luego el Rito de Menfis. Este Rito, que todavía existe, ha sido, históricamente, el foco de irradiación del que han surgido los movimientos ocultistas desde mediados del siglo XIX hasta nuestros días.
En el fondo, Cagliostro parece un personaje dramático, alguien que intentó “construir la historia”, pero que, paradójicamente fue utilizado por las “fuerzas ocultas” que dirigen la historia. Cagliostro creyó haber sido iniciado en los antiguos misterios egipcios, pero, en realidad, solamente tuvo acceso a una parte de la tradición egipcia relacionada con el culto a Seth, es decir, tuvo un conocimiento fragmentario y parcial de la tradición mágica. Fue incapaz de controlar a las fuerzas evocadas que, finalmente, le arrastraron a su triste muerte en un húmeda celda romana. Cagliostro, a diferencia de Saint-Germain, fue un juguete en manos de sus iniciadores, especialmente Altotas y Kolmer. Solamente haría falta saber a qué proyecto servían ambos.
Otro de los magos, que operó en Venecia, fue el mencionado Saint Germain, Decía Voltaire en una carta dirigida a Federico El Grande anotó: "Saint-Germain es un hombre que nunca muere y conoce todas las cosas".
Vistiendo siempre de NEGRO, nunca aceptaba invitaciones, el aparecía y desaparecía, para muchos espía utilizaba los nombres de Marqués de Montferrat, Marqués de Aymar, Conde de Belmar, de Soltikov, de Wendome, de Monte Cristo y de Saint Germain, Caballero de Schoening, Monsieur Surmont, Zanonni y Príncipe Rackoczy.
Su magia, y conocimiento salvó a una amante de Luis XV, que había ingerido veneno en el Parque de los Ciervos, lo que rápidamente le dio la protección del Monarca.
La prueba de que vivió en Venecia, incluso forma parte de la leyenda más conocida, una noche el conde acudió a una fiesta organizada por la anciana condesa Von Georgy, cuyo difunto marido había sido embajador en Venecia allá por los años 1670.
Al oír que anunciaban al conde Saint-Germain, la condesa dijo que recordaba el nombre de cuando ella estuvo en Venecia.
¿Acaso el padre del conde estuvo allí por aquella época?
No, contestó el conde, él mismo había estado allí, y se acordaba muy bien de la condesa: una hermosa y joven muchacha.
Imposible, replicó la condesa. El hombre que ella conoció entonces tenía por lo menos 45 años, aproximadamente la misma edad que el conde tenía en aquel momento.
«Madame», dijo el conde sonriendo, «yo soy muy viejo».
«Pero entonces usted debe tener casi 100 años», exclamó la condesa.
«No es del todo imposible», replicó el conde, exponiendo algunos detalles que convencieron a la condesa, la cual exclamó:
«Me ha convencido. Es usted un hombre sumamente extraordinario, un demonio».
«¡Por el amor de Dios!», exclamó el conde con voz de trueno.
«¡No pronuncie estos nombres!» Le sobrevino un temblor o calambre por todos los miembros del cuerpo, y abandonó la sala inmediatamente.
Intimo amigo, del otro personaje por excelencia de la Serenísima: Giacomo Casanova, que lo conoció bien, escribe sobre él en sus “Memorias”: "A nadie he oído hablar con tanta elocuencia y fascinación. Razonaba de una forma tan extraordinaria, que el sabio y el ignorante le entendían debido a que se estaba dirigiendo a ellos en un mismo nivel".
En su tumba aparece el siguiente epitafio:
«Aquel que se hacía llamar conde de Saint-Germain y Welldone, y del que no hay otras informaciones, ha sido enterrado en esta iglesia».
Sigamos en la góndola, por esos caminos de agua, viendo ahora el Palacio de Giacomo Casanova, más conocido como el conquistador de vidas… Masón, iniciado por el conde de Waldstein.
Su relación con las mujeres seguiría junto con los estudios y ya no se pararía jamás. A los 15 anos siguió experimentando, en este caso con 2 chicas huérfanas, un "menage a trois". Entretanto, ya que Casanova nunca se aburriría, tuvo otra relación con la preferida de su profesor, la querida del senador, que era una cantante, Teresa.
No fue, de hecho hasta los 21 años que se independizó, y empezó su destino en solitario. Se hizo violinista y viajó hasta Corfú y Constantinopla, más tarde regresó a Venecia. Su madre haía muerto, y su padre le llevó hasta Roma para ingresarlo a las órdenes de un cardenal y hacerle trabajar como fraile, pero esta idea no funcionó. Se hizo luego médico, con conocimientos adquiridos en sus estudios, y con el dinero que ganó se aficionó a la magia y a la cábala. Pero a oídos de la Inquisición llegó su afición y empezó a ser perseguido. Recorrió escapando muchas ciudades de Francia e Italia, hasta que volvió de nuevo a la ciudad de Venecia.
En Roma conoció al papa Clemente XIII, en Prusia, al rey, a Federico II el Grande, y a Catalina la Grande en San Petersburgo, la cual le ofreció un cargo en el ejército, pero Casanova lo rechazó. Residió en Zurich, hasta que se traslada a Madrid y a Barcelona. En Madrid organizó más o menos políticamente a alemanes y suizos, y en Barcelona, pasó 42 días en la cárcel por descubrirsele un affaire con la mujer del Capitán General del ejército español.
La amistad entre Mozart y Casanova, es más que patente, al igual que su influencia masónica, ya que el compositor, encantado con sus aventuras, escribió la ópera Don
Giovanni, y la residencia de ambos estaba cercana.
Casanova es un sibarita de las contradicciones humanas; diagnostica los bajos instintos con el calculado interés de usufructuarlos. A diferencia de Diderot o D’Alambert, considera que sus congéneres son incorregibles; no dedica sus días a edificarlos sino a inventar maneras de disfrutar entre sus vilezas.
Cuando conoce a Voltaire, le dice: “amad a la humanidad, pero amadla como es”. De poco sirve embellecer al hombre; hay que quererlo por sus defectos. Además, el entendimiento se vuelve pernicioso al repartirse: “un pueblo sin superstición sería filósofo, y los filósofos no quieren obedecer”. El conocimiento sólo debe llegar a quienes lo merecen, como una clave secreta que beneficia a una astuta cofradía. Con frecuencia, Casanova disfraza su egoísmo de una exaltación de la personalidad; se pretende miembro de una “intensa minoría plural”, para usar la expresión de Sollers, una casta superior que le permite cometer abusos en nombre de la individualización tan cara al siglo XVIII.
Fiel a sus convicciones, el Caballero de Seingalt fue terriblemente arbitrario con Voltaire. Su amigo Haller le había dicho que, en contra de las leyes de la física, el autor de Cándido era más grande de lejos que de cerca. Sin embargo, cuando Casanova lo conoce afirma que es el máximo momento de su vida. Luego sobrevienen las discusiones que integran los capítulos de mayor densidad intelectual de las Memorias y, por último, el pleito por una bagatela: Voltaire critica la traducción que Casanova hace de su Escocesa y olvida contestar una carta. Esto basta para que el veneciano despotrique contra él durante décadas. Al final de su vida, acepta su error: “La posteridad me colocará en el número de los Zoilos que la impotencia desencadenó contra este gran genio”.
El pasaje es emblemático: el memorialista no pretende tener razón. Una de sus palabras claves es “combinaciones” (en riguroso plural); la urdimbre de los días está hecha de una sustancia azarosa, que rara vez se modifica a voluntad. Los aciertos y los equívocos no merecen mayores fanfarrias ni lamentos porque sólo en parte dependen de nosotros. El apostador no subordina la libertad a la conciencia, incluso sus últimas palabras son un truco de baraja: “He vivido como un filósofo y muero como un cristiano”.
En el contexto del XVIII, “filósofo” equivale a “descreído”, “libre”, “escéptico”. Casanova sostiene que usó su tiempo con liberalidad “filosófica” (una forma bastante suave de referirse a sus descalabros), pero se arrepiente y cae “como un cristiano”. Seductor hasta el final, busca un pasaporte para el más allá y muere en una última pose, la de virtuoso repentino.
Casanova nunca abjuró de la fe católica por la sencilla razón de que jamás rechazó la membresía de un club que pudiera beneficiarlo. Más que un librepensador a la manera de Voltaire, fue un oportunista ilustrado, capaz de fingirse filósofo o sacerdote con idéntico cinismo.
El Príncipe de Septimio-Bathzabbay El Tadmur.-




