El Príncipe de Septimio-Bathzabbay El Tadmur, invitó a la delegación de la Academia Bonifaciana a conocer el típico, Madrid, el castizo, con sus pinchos, calles, y colorido.
Hace unos 200.000 mil años, durante el Paleolítico , el río Manzanares era mucho más caudaloso que en la actualidad, en parte porque la zona estaba repleta de pequeños riachuelos y arroyos que desembocaban en el Manzanares. De este modo, era una zona ideal para la caza (hipopótamos, rinocerontes, elefantes, mamuts,…) al acercarse los animales al lecho del río para beber. Aparte de esta actividad cazadora, se tiene constancia de una actividad lítica paralela.
A finales del siglo XIX se encontraron a lo largo de las márgenes del río toda una industria lítica compuesta por piedras de sílex talladas, puntas de flechas, herramientas, armas,…. Estos descubrimientos se realizaron a raíz de las grandes obras que se realizaron con motivo del crecimiento urbano de la ciudad. Por ello, los restos se encontraron en zonas como el Cerro de San Isidro, el Paseo del Manzanares, Carretera de Andalucía, Paseo de las Delicias, etc. A estos yacimientos se les denomino como “terrazas del Manzanares”. Durante el Neolítico (hace unos 4.000 años) surge la agricultura, dando lugar así a un sedentarismo que no existía antes. Ya no es necesario el nomadismo en busca de alimento. Pese a que durante este período la población descendió en la zona, se han encontrado restos de pequeños poblados y necrópolis en la zona de Villaverde, Cerro de las Vistillas, Carretera de Andalucía y la orilla derecha del Manzanares. Esta presencia se prolongará a lo largo del Neolítico, Bronce y Hierro.
Hay pruebas que nos demuestran esa continuidad poblacional. En época romana , lo que luego sería Madrid, estaba ocupado por los Carpetanos. Durante la Romanización , esta zona se caracterizó por ser un cruce de importantes vías que comunicaban la península. Las vías más importantes fueron las que comunicaban Emérita-Augusta (Mérida) con Caesar-Augusta (Zaragoza) y Artúrica (Astorga) con Córduba . El cruce de estas vías da lugar a considerables núcleos de población caracterizados por ser pequeñas villas o poblados dedicados al sector agropecuario y siempre asociados a esas vías de comunicación para poder comerciar. Entre estos poblados destacan Complutum (Alcalá) y Miacum (actual Casa de Campo); y habiendo otros de menor importancia en Getafe, Villaverde Bajo, Puente de los Franceses y San Martín de la Vega.
Tras la época romana, la población y la economía descienden. Esto es motivado, en parte, por el abandono que sufren las calzadas romanas y verse afectado así las comunicaciones y el comercio. Esa despoblación afectó positivamente a la ciudad de Toledo, que vio aumentar su población y economía al recibir a las gentes que abandonaban sus villas y poblados. La importancia de la ciudad de Toledo se afirmó aún más, cuando en el año 633 se establece como capital del Reino Visigodo.
En la historia de Madrid, hay un tema muy controvertido: La existencia o no, de un Madrid Visigodo. Al respecto, hay una gran cantidad de opiniones y corrientes. Al día de hoy, la más acertada parece ser la que ofrece Jaime Oliver Asín (“Historia del nombre de Madrid” ), que afirma que durante la época Visigoda, Madrid fue fundado en el Siglo VII sobre el Arroyo de las fuentes de San Pedro (Actual Calle Segovia) por una población dedicada al pastoreo y a la caza. El nombre de ese poblado era “Matrice” (madre de aguas, arroyo), y más tarde dio origen a la interpretación árabe de “Mayrit”. Hay pruebas que demuestran la posible existencia de un “Matrice” Visigodo, pero lo cierto es que, de haber existido, fue un primitivo y muy pequeño poblado. Tras la época Visigoda, se producirá la invasión musulmana y, con ella, la fundación de Madrid o “Mayrit”.
Uno de los principales rasgos del arte medieval es la arquitectura mudéjar. Hasta nuestros días han llegado únicamente dos magníficas muestras de este estilo: las torres campanario de las iglesias de San Nicolás y San Pedro. El resto de construcciones de este estilo de la época han ido desapareciendo con el paso del tiempo.
La torre de San Nicolás es la más antigua (Siglo XIII) y se muestra como un interesante ejemplo de románico mudéjar. Se encuentra en la Plaza de San Nicolás, junto al edificio de Capitanía General, en la Calle Mayor. Es la construcción cristiana más antigua que ha llegado hasta nuestros días, junto con la muralla árabe (Siglo IX). La torre es apenas visible desde el exterior, ya que la casa parroquial obstruye su visión. Es por ello por lo que no puede apreciarse el primer nivel de arquería mudéjar. La torre está construida a base de ladrillo cocido.
La decoración consiste en una arquería superpuesta de variados dibujos en cada cara, habiendo un total de doce arcos (tres por cada lado). Cada arco descansa sobre una fina columna de mármol blanco. El nivel inferior hasta el campanario, corresponde al siglo XIII. El campanario fue reformado hacia principios de siglo XVII en un estilo toscano. La cubierta superior de pizarra se añadió a principios del Siglo XX. Del interior destaca la bóveda gótica de la capilla mayor y el maravilloso artesonado de madera de la nave central.
Por su parte, la torre de San Pedro data de mediados del Siglo XIV, y se cree que su ubicación original era la Plaza de Puerta Cerrada. Se debió trasladar posteriormente a causa de algún incendio o derrumbe por ruina, a su actual ubicación en la Costanilla de San Pedro, junto a la Calle de Segovia. La torre se conserva intacta en su totalidad, tal y como fue conebida en origen. Está construida con ladrillo árabe. La decoración es muy austera, con inspiración románica, basada en pequeñas ranuras o huecos rodeados de arcos de herradura.
Otro importante edificio de mediados del XV es el Convento de los Jerónimos. El exterior de la iglesia ha sido modificado bastante, mientras que el interior se conserva casi intacto. Del monasterio apenas quedan restos hoy día.
No podemos dejar de mencionar a la Casa de los Lujanes (finales del Siglo XV) situada frente a la Casa de la Villa. Elaborada con ladrillo y mampostería, Destaca de esta construcción las dos puertas que posee el edificio. Una de ellas, la principal, en la Plaza de la Villa, está compuesta por un arco castellano de estilo gótico, construido con grandes piedras y tres pequeños arcos en el dintel, todo ello enmarcado en un alfiz. Sobre la puerta, aparece el escudo nobiliario de la familia. La otra puerta se encuentra en la Calle del Codo, y se trata de una pequeña puerta con arco de herradura apuntado y realizado en piedra, de clara influencia mudéjar. Actualmente esta puerta de acceso a la sede de la Sociedad Madrileña de Amigos del País.
Cerca de esta construcción, en la calle Sacramento, se encuentra otro edificio de la época. Se trata de la llamada Casa de Cisneros. Fue construido en el Siglo XVI, y destaca su fachada plateresca.
Por último, mencionar el complejo del antiguo hospital de La Latina, hoy desaparecido. Se encontraba en la actual plaza de la Cebada esquina a la Calle de Toledo (en el actual teatro). De todo el complejo solo se conserva la portada, que fue trasladada (sin motivo aparente) a los jardines de la Escuela de Arquitectura en la Ciudad Universitaria. Es ahí dónde podemos apreciar las grandes dovelas (piedras que componen un arco) del arco apuntado. Coronando la construcción, una reja y esculturas con doseles góticos.
Aunque la imaginería afrancesada presente a Luis Candelas con los avíos propios del bandolero de Sierra Morena, pertenece por completo al ámbito de la delincuencia urbana, área de Madrid. Su popularidad y su majeza han llevado a muchos a imaginarlo al frente de una partida de bandoleros, todos con catite, trabuco y punta de veguero en la zona siniestra del belfo, avizorando en la lejanía a una diligencia que se interna desprevenida en Despeñapperros. No hay tal. Candelas y su banda eran de extracción genuinamente gata, material del Foro, madrileños del Avapiés, que es como decir el alma de la capital de España. Y si bien con este príncipe del latrocinio puede decirse que la delincuencia ibérica abandona la tradición del merodeo por mercados facilones y por usureros en quienes un robo es casi justicia, instalándose plenamente en la modernidad, es también cierto que el personaje estuvo a la altura de su época y de su leyenda.Nació en 1806, en una carpintería, hijo tercero de un matrimonio como el de Nazaret, aunque con el marido más cerca de San José que su cónyuge de la Virgen María. Vivían sin agobios y con cierto rumbo dentro de la idiosincrasia del barrio, así que lo desasnaron mandándolo a los Estudios de San Isidro, pero se dice, ahí empieza la leyenda, que a cierta bofetada de un clérigo que le daba latines respondió Luisito con dos, bofetones eminentemente laicos, y fue expulsado del colegio en represalia. Siguió siendo, sin embargo, bastante buen lector y aplicó la técnica folletinesca a su obra y a su vida, que son una misma cosa en el delincuente profesional.Robó pronto, robó mucho y era un jaque de postín, pero tenía el prurito de no despenar al prójimo y no hacerle daño más que en la bolsa. Corrían los tiempos de Fernando VII, y esa lenidad en el castigo estaba muy mal vista, así que tenía que alternar la piedad con los robados y la de Albacete con los que pedían sangre. Un par de duelos triunfantes dejaron a Luis Candelas en un puesto indiscutido dentro del escalafón de amigos de lo ajeno. Bien parecido, con nariz poderosa, dientes blancos y tirando a cuadrado a pesar de no ejercer oficio de esfuerzo físico, era el Don Juan de los arrabales, el Casanova de la chulapería.Tres mujeres marcaron la vida de nuestro personaje, que en el cheli de Avapiés podrían haberse llamado La Víctima, La Traviata y La Ruina. Ruinosa fue la última, que le llevó con dengues al cadalso. Víctima, la única legítima, Manuela Sánchez, con la que se casó en un Carnaval y a la que abandonó en Navidades en mitad de Zamora y con una nevada tremenda, todo en 1827. La extraviada que lo orientó se llamaba Lola y era hija de una hembra muy pública del barrio llamada La Tirazones. Había concebido a Lola fuera del matrimonio aunque no de la Iglesia, porque fue con un clérigo. Lola anduvo con un aguador de la Fuente del Berro llamado Perico Chamorro, que con el nombre de don Pedro Collado acabó de íntimo de Fernando VII, y éste de Lola. Como vendía naranjas le llamaban La Naranjera. Y el novio de su amiga Paca, que era Candelas, también degustó el cítrico, aunque en secreto.Era aquel Madrid de los años 20 del siglo pasado un hervidero de intrigas políticas, liberales contra absolutistas, constitucionales contra fernandinos, aristócratas y militares confraternizando con la delincuencia; la gente del bronce, en fin, a medias con el clero bajo y las camarillas de la Corte. Después del Trienio Constitucional, ahorcado el infeliz Riego, huéspedes del garrote vil guerrilleros muy famosos y héroes civiles de la Guerra de la Independencia, instalada en la machacada España una inmensa guarnición francesa para cuidar las espaldas del tirano Fernando VII, se vivió durante una década, con razón llamada Ominosa, un terror político casi absoluto. La delación se convirtió en religión de pago y el exilio en vía de perfección al limbo. Maestro en la graduación represiva, experto en amedrentar mucho con más crueldad en la forma que en el número, el Rey Felón se complacía en pasar las noches en los tugurios flamencos, conciliando la monarquía intangible con la liviandad mercenaria. Era uno de sus ministros secretos, destacadísimo en la Camarilla, el citado aguador Perico Chamorro, que procuraba al inquilino vitalicio del Trono mujeres de tronío para compensar los achaques del Rey, viejo prematuro y tan aparatosamente dotado por Venus como corto en su plenitud vital, que antes de los cincuenta era recuerdo.Entre las amantes fijas del Rey se hallaba Lola La Naranjera, hembra de rompe y rasga, habitual de las tabernas del Cuclillo y Traganiños, que andaba enamoriscada de nuestro hombre. Esa vertiente tabernaria de la Corte le propocionó al ladrón amigos importantísimos que lo sacaban de la cárcel tan pronto entraba. Así escapó de la Cárcel de Villa cuantas veces quiso y hasta de una cuerda de presos camino de Ceuta, condenado a 14 años de presidio, en menos de 24 horas. Pero Candelas no era tonto y seguía las vicisitudes políticas. Veía a los liberales pasar del exilio al Poder y al patíbulo; y a los absolutistas, tragar y devolver la Constitución, así que decidió adaptar la doble vida del ladrón de guante blanco a las exigencias modernas de bipartidismo. Se fabricó una personalidad diurna y respetable, la de un indiano adinerado, don Luis Alvarez de Cobos, Hacendista en el Perú, atildadísimo siempre, teñido de rubio, con las largas patillas convertidas en barbita apuntada y gafas doradas de concha. Decía pretender este caballero lo que tantos en la Corte, arreglar una herencia americana, y como liberal escondido se apuntó a una logia masónica. Lo normal.Pero por la noche, cuando debía juntarse con los de su banda -Paco El Sastre, Baseiro y los hermanos Cusó-, salía por la puerta de atrás de su casa de la calle Tudescos, número 5, que daba a un callejón oscuro, convertido en el rey del hampa y ataviado para la ocasión: moreno, con patilla ancha y flequillo bajo el pañuelo adamascado, calañés, faja roja, capa negra, calzón de pana y calzado de mucho tirar. Ya no fingía acento de Lima sino que acentuaba el legítimo del Avapiés y pasaba de la Lola, la amante del Rey, a la Paca, su compañera de correrías, sin dejar de lado a una Doña Mari-Alicia, aristócrata ricachona y aventurera que a su vez era amante del donjuán de los conspiradores liberales, Don Salustiano Olózaga. En medio de tanta confusión de lechos es milagroso que la policía del siniestro Marqués de Viluma tuviera capacidad de dsitinguir a los enemigos del régimen, pero lo hacía. Así cayeron Olózaga y el librero Miyar, mientras el Rey decaía irreversiblmenete en su lecho legal, pero con ánimo de llevarse por delante a los que pudiera.Ahí es donde Luis Candelas alcanza su punto de gloria. Encarcelado por sus cosas pero dueño de los pasillos de la cárcel, descubre a un escribano masón al que conoce de la logia, organiza con Mar-Alicia y José de Olózaga una conspiración al minuto y poco antes de que lo ahorquen, saca de la celda al condenado. A la puerta, Olózaga dice al ladrón que lo acompañe, pero Candelas se niega, porque ha dado palabra de quedarse dentro. Olózaga dice que no se va sin él; Candelas, que se queda. En la discusión sale una punta de carceleros que estaba jugando a las cartas y se lían todos a trabucazos en el patio de la cárcel. Olózaga salva su vida tirando monedas de oro a los esbirros mientras amenaza con la pistola y grita:-¡Onzas y muerte llevo!Ante el argumento, todos ceden. Huye Olózaga y Candelas se queda en la trena, sólo un par de días. Ya es leyenda. Pero dos cambios acarrean su desgracia. Por primera vez se ha enamorado y de una niña bien, Clarita, de familia honesta, clase media, dispuesta a que la niña matrimonie con el indiano. Acaba yéndose con la niña y la familia a Valencia, pensando en cambiar de vida. Roba alguna joya para ir tirando o viaja a Madrid para algún golpe más serio. Mientras tanto, ha muerto el Rey y estalla la guerra carlista. Los liberales en el poder ya no tratan con delincuentes, los persiguen. Y Candelas comete dos atracos políticamente incorrectos: en apenas unas horas, asalta a la modista de la Reina en su taller, y al embajador de Francia y su señora en una diligencia. Orden de caza. Huye con Clara a Inglaterra, pero al llegar a Gijón, ella dice que no se embarca. Regresan a Madrid y allí lo detienen. Condenado a muerte por más de 40 robos y también como símbolo de la truhanería, el juez le pregunta si tiene que decir algo sobre la sentencia:-Sí, Señor Presidente. Que, aunque tardía, la encuentro muy puesta en razón.Constancio Bernaldo de Quirós, en La Picota. Figuras de delincuentes, atribuye a Candelas en el cadalso el detalle de fijarse en que al verdugo le faltaba un botón del chaleco. Antonio Espina, autor de una biografía deliciosa a finales del primorriverismo, en el estilo de Gómez de la Serna, le adjudica esta última frase al pie del garrote y dirigida al respetable:-¡Patria mía, sé feliz! Así pasó a tiempo a la Historia el más famoso de los delincuentes románticos. Un poco más y ajustician a un burgués que quería ser decente. Con 31 años, Luis Candelas andaba ya en coplas, donde ha quedado.
A finales del siglo XIX se encontraron a lo largo de las márgenes del río toda una industria lítica compuesta por piedras de sílex talladas, puntas de flechas, herramientas, armas,…. Estos descubrimientos se realizaron a raíz de las grandes obras que se realizaron con motivo del crecimiento urbano de la ciudad. Por ello, los restos se encontraron en zonas como el Cerro de San Isidro, el Paseo del Manzanares, Carretera de Andalucía, Paseo de las Delicias, etc. A estos yacimientos se les denomino como “terrazas del Manzanares”. Durante el Neolítico (hace unos 4.000 años) surge la agricultura, dando lugar así a un sedentarismo que no existía antes. Ya no es necesario el nomadismo en busca de alimento. Pese a que durante este período la población descendió en la zona, se han encontrado restos de pequeños poblados y necrópolis en la zona de Villaverde, Cerro de las Vistillas, Carretera de Andalucía y la orilla derecha del Manzanares. Esta presencia se prolongará a lo largo del Neolítico, Bronce y Hierro.
Hay pruebas que nos demuestran esa continuidad poblacional. En época romana , lo que luego sería Madrid, estaba ocupado por los Carpetanos. Durante la Romanización , esta zona se caracterizó por ser un cruce de importantes vías que comunicaban la península. Las vías más importantes fueron las que comunicaban Emérita-Augusta (Mérida) con Caesar-Augusta (Zaragoza) y Artúrica (Astorga) con Córduba . El cruce de estas vías da lugar a considerables núcleos de población caracterizados por ser pequeñas villas o poblados dedicados al sector agropecuario y siempre asociados a esas vías de comunicación para poder comerciar. Entre estos poblados destacan Complutum (Alcalá) y Miacum (actual Casa de Campo); y habiendo otros de menor importancia en Getafe, Villaverde Bajo, Puente de los Franceses y San Martín de la Vega.
Tras la época romana, la población y la economía descienden. Esto es motivado, en parte, por el abandono que sufren las calzadas romanas y verse afectado así las comunicaciones y el comercio. Esa despoblación afectó positivamente a la ciudad de Toledo, que vio aumentar su población y economía al recibir a las gentes que abandonaban sus villas y poblados. La importancia de la ciudad de Toledo se afirmó aún más, cuando en el año 633 se establece como capital del Reino Visigodo.
En la historia de Madrid, hay un tema muy controvertido: La existencia o no, de un Madrid Visigodo. Al respecto, hay una gran cantidad de opiniones y corrientes. Al día de hoy, la más acertada parece ser la que ofrece Jaime Oliver Asín (“Historia del nombre de Madrid” ), que afirma que durante la época Visigoda, Madrid fue fundado en el Siglo VII sobre el Arroyo de las fuentes de San Pedro (Actual Calle Segovia) por una población dedicada al pastoreo y a la caza. El nombre de ese poblado era “Matrice” (madre de aguas, arroyo), y más tarde dio origen a la interpretación árabe de “Mayrit”. Hay pruebas que demuestran la posible existencia de un “Matrice” Visigodo, pero lo cierto es que, de haber existido, fue un primitivo y muy pequeño poblado. Tras la época Visigoda, se producirá la invasión musulmana y, con ella, la fundación de Madrid o “Mayrit”.
Uno de los principales rasgos del arte medieval es la arquitectura mudéjar. Hasta nuestros días han llegado únicamente dos magníficas muestras de este estilo: las torres campanario de las iglesias de San Nicolás y San Pedro. El resto de construcciones de este estilo de la época han ido desapareciendo con el paso del tiempo.
La torre de San Nicolás es la más antigua (Siglo XIII) y se muestra como un interesante ejemplo de románico mudéjar. Se encuentra en la Plaza de San Nicolás, junto al edificio de Capitanía General, en la Calle Mayor. Es la construcción cristiana más antigua que ha llegado hasta nuestros días, junto con la muralla árabe (Siglo IX). La torre es apenas visible desde el exterior, ya que la casa parroquial obstruye su visión. Es por ello por lo que no puede apreciarse el primer nivel de arquería mudéjar. La torre está construida a base de ladrillo cocido.
La decoración consiste en una arquería superpuesta de variados dibujos en cada cara, habiendo un total de doce arcos (tres por cada lado). Cada arco descansa sobre una fina columna de mármol blanco. El nivel inferior hasta el campanario, corresponde al siglo XIII. El campanario fue reformado hacia principios de siglo XVII en un estilo toscano. La cubierta superior de pizarra se añadió a principios del Siglo XX. Del interior destaca la bóveda gótica de la capilla mayor y el maravilloso artesonado de madera de la nave central.
Por su parte, la torre de San Pedro data de mediados del Siglo XIV, y se cree que su ubicación original era la Plaza de Puerta Cerrada. Se debió trasladar posteriormente a causa de algún incendio o derrumbe por ruina, a su actual ubicación en la Costanilla de San Pedro, junto a la Calle de Segovia. La torre se conserva intacta en su totalidad, tal y como fue conebida en origen. Está construida con ladrillo árabe. La decoración es muy austera, con inspiración románica, basada en pequeñas ranuras o huecos rodeados de arcos de herradura.
Otro importante edificio de mediados del XV es el Convento de los Jerónimos. El exterior de la iglesia ha sido modificado bastante, mientras que el interior se conserva casi intacto. Del monasterio apenas quedan restos hoy día.
No podemos dejar de mencionar a la Casa de los Lujanes (finales del Siglo XV) situada frente a la Casa de la Villa. Elaborada con ladrillo y mampostería, Destaca de esta construcción las dos puertas que posee el edificio. Una de ellas, la principal, en la Plaza de la Villa, está compuesta por un arco castellano de estilo gótico, construido con grandes piedras y tres pequeños arcos en el dintel, todo ello enmarcado en un alfiz. Sobre la puerta, aparece el escudo nobiliario de la familia. La otra puerta se encuentra en la Calle del Codo, y se trata de una pequeña puerta con arco de herradura apuntado y realizado en piedra, de clara influencia mudéjar. Actualmente esta puerta de acceso a la sede de la Sociedad Madrileña de Amigos del País.
Cerca de esta construcción, en la calle Sacramento, se encuentra otro edificio de la época. Se trata de la llamada Casa de Cisneros. Fue construido en el Siglo XVI, y destaca su fachada plateresca.
Por último, mencionar el complejo del antiguo hospital de La Latina, hoy desaparecido. Se encontraba en la actual plaza de la Cebada esquina a la Calle de Toledo (en el actual teatro). De todo el complejo solo se conserva la portada, que fue trasladada (sin motivo aparente) a los jardines de la Escuela de Arquitectura en la Ciudad Universitaria. Es ahí dónde podemos apreciar las grandes dovelas (piedras que componen un arco) del arco apuntado. Coronando la construcción, una reja y esculturas con doseles góticos.
Aunque la imaginería afrancesada presente a Luis Candelas con los avíos propios del bandolero de Sierra Morena, pertenece por completo al ámbito de la delincuencia urbana, área de Madrid. Su popularidad y su majeza han llevado a muchos a imaginarlo al frente de una partida de bandoleros, todos con catite, trabuco y punta de veguero en la zona siniestra del belfo, avizorando en la lejanía a una diligencia que se interna desprevenida en Despeñapperros. No hay tal. Candelas y su banda eran de extracción genuinamente gata, material del Foro, madrileños del Avapiés, que es como decir el alma de la capital de España. Y si bien con este príncipe del latrocinio puede decirse que la delincuencia ibérica abandona la tradición del merodeo por mercados facilones y por usureros en quienes un robo es casi justicia, instalándose plenamente en la modernidad, es también cierto que el personaje estuvo a la altura de su época y de su leyenda.Nació en 1806, en una carpintería, hijo tercero de un matrimonio como el de Nazaret, aunque con el marido más cerca de San José que su cónyuge de la Virgen María. Vivían sin agobios y con cierto rumbo dentro de la idiosincrasia del barrio, así que lo desasnaron mandándolo a los Estudios de San Isidro, pero se dice, ahí empieza la leyenda, que a cierta bofetada de un clérigo que le daba latines respondió Luisito con dos, bofetones eminentemente laicos, y fue expulsado del colegio en represalia. Siguió siendo, sin embargo, bastante buen lector y aplicó la técnica folletinesca a su obra y a su vida, que son una misma cosa en el delincuente profesional.Robó pronto, robó mucho y era un jaque de postín, pero tenía el prurito de no despenar al prójimo y no hacerle daño más que en la bolsa. Corrían los tiempos de Fernando VII, y esa lenidad en el castigo estaba muy mal vista, así que tenía que alternar la piedad con los robados y la de Albacete con los que pedían sangre. Un par de duelos triunfantes dejaron a Luis Candelas en un puesto indiscutido dentro del escalafón de amigos de lo ajeno. Bien parecido, con nariz poderosa, dientes blancos y tirando a cuadrado a pesar de no ejercer oficio de esfuerzo físico, era el Don Juan de los arrabales, el Casanova de la chulapería.Tres mujeres marcaron la vida de nuestro personaje, que en el cheli de Avapiés podrían haberse llamado La Víctima, La Traviata y La Ruina. Ruinosa fue la última, que le llevó con dengues al cadalso. Víctima, la única legítima, Manuela Sánchez, con la que se casó en un Carnaval y a la que abandonó en Navidades en mitad de Zamora y con una nevada tremenda, todo en 1827. La extraviada que lo orientó se llamaba Lola y era hija de una hembra muy pública del barrio llamada La Tirazones. Había concebido a Lola fuera del matrimonio aunque no de la Iglesia, porque fue con un clérigo. Lola anduvo con un aguador de la Fuente del Berro llamado Perico Chamorro, que con el nombre de don Pedro Collado acabó de íntimo de Fernando VII, y éste de Lola. Como vendía naranjas le llamaban La Naranjera. Y el novio de su amiga Paca, que era Candelas, también degustó el cítrico, aunque en secreto.Era aquel Madrid de los años 20 del siglo pasado un hervidero de intrigas políticas, liberales contra absolutistas, constitucionales contra fernandinos, aristócratas y militares confraternizando con la delincuencia; la gente del bronce, en fin, a medias con el clero bajo y las camarillas de la Corte. Después del Trienio Constitucional, ahorcado el infeliz Riego, huéspedes del garrote vil guerrilleros muy famosos y héroes civiles de la Guerra de la Independencia, instalada en la machacada España una inmensa guarnición francesa para cuidar las espaldas del tirano Fernando VII, se vivió durante una década, con razón llamada Ominosa, un terror político casi absoluto. La delación se convirtió en religión de pago y el exilio en vía de perfección al limbo. Maestro en la graduación represiva, experto en amedrentar mucho con más crueldad en la forma que en el número, el Rey Felón se complacía en pasar las noches en los tugurios flamencos, conciliando la monarquía intangible con la liviandad mercenaria. Era uno de sus ministros secretos, destacadísimo en la Camarilla, el citado aguador Perico Chamorro, que procuraba al inquilino vitalicio del Trono mujeres de tronío para compensar los achaques del Rey, viejo prematuro y tan aparatosamente dotado por Venus como corto en su plenitud vital, que antes de los cincuenta era recuerdo.Entre las amantes fijas del Rey se hallaba Lola La Naranjera, hembra de rompe y rasga, habitual de las tabernas del Cuclillo y Traganiños, que andaba enamoriscada de nuestro hombre. Esa vertiente tabernaria de la Corte le propocionó al ladrón amigos importantísimos que lo sacaban de la cárcel tan pronto entraba. Así escapó de la Cárcel de Villa cuantas veces quiso y hasta de una cuerda de presos camino de Ceuta, condenado a 14 años de presidio, en menos de 24 horas. Pero Candelas no era tonto y seguía las vicisitudes políticas. Veía a los liberales pasar del exilio al Poder y al patíbulo; y a los absolutistas, tragar y devolver la Constitución, así que decidió adaptar la doble vida del ladrón de guante blanco a las exigencias modernas de bipartidismo. Se fabricó una personalidad diurna y respetable, la de un indiano adinerado, don Luis Alvarez de Cobos, Hacendista en el Perú, atildadísimo siempre, teñido de rubio, con las largas patillas convertidas en barbita apuntada y gafas doradas de concha. Decía pretender este caballero lo que tantos en la Corte, arreglar una herencia americana, y como liberal escondido se apuntó a una logia masónica. Lo normal.Pero por la noche, cuando debía juntarse con los de su banda -Paco El Sastre, Baseiro y los hermanos Cusó-, salía por la puerta de atrás de su casa de la calle Tudescos, número 5, que daba a un callejón oscuro, convertido en el rey del hampa y ataviado para la ocasión: moreno, con patilla ancha y flequillo bajo el pañuelo adamascado, calañés, faja roja, capa negra, calzón de pana y calzado de mucho tirar. Ya no fingía acento de Lima sino que acentuaba el legítimo del Avapiés y pasaba de la Lola, la amante del Rey, a la Paca, su compañera de correrías, sin dejar de lado a una Doña Mari-Alicia, aristócrata ricachona y aventurera que a su vez era amante del donjuán de los conspiradores liberales, Don Salustiano Olózaga. En medio de tanta confusión de lechos es milagroso que la policía del siniestro Marqués de Viluma tuviera capacidad de dsitinguir a los enemigos del régimen, pero lo hacía. Así cayeron Olózaga y el librero Miyar, mientras el Rey decaía irreversiblmenete en su lecho legal, pero con ánimo de llevarse por delante a los que pudiera.Ahí es donde Luis Candelas alcanza su punto de gloria. Encarcelado por sus cosas pero dueño de los pasillos de la cárcel, descubre a un escribano masón al que conoce de la logia, organiza con Mar-Alicia y José de Olózaga una conspiración al minuto y poco antes de que lo ahorquen, saca de la celda al condenado. A la puerta, Olózaga dice al ladrón que lo acompañe, pero Candelas se niega, porque ha dado palabra de quedarse dentro. Olózaga dice que no se va sin él; Candelas, que se queda. En la discusión sale una punta de carceleros que estaba jugando a las cartas y se lían todos a trabucazos en el patio de la cárcel. Olózaga salva su vida tirando monedas de oro a los esbirros mientras amenaza con la pistola y grita:-¡Onzas y muerte llevo!Ante el argumento, todos ceden. Huye Olózaga y Candelas se queda en la trena, sólo un par de días. Ya es leyenda. Pero dos cambios acarrean su desgracia. Por primera vez se ha enamorado y de una niña bien, Clarita, de familia honesta, clase media, dispuesta a que la niña matrimonie con el indiano. Acaba yéndose con la niña y la familia a Valencia, pensando en cambiar de vida. Roba alguna joya para ir tirando o viaja a Madrid para algún golpe más serio. Mientras tanto, ha muerto el Rey y estalla la guerra carlista. Los liberales en el poder ya no tratan con delincuentes, los persiguen. Y Candelas comete dos atracos políticamente incorrectos: en apenas unas horas, asalta a la modista de la Reina en su taller, y al embajador de Francia y su señora en una diligencia. Orden de caza. Huye con Clara a Inglaterra, pero al llegar a Gijón, ella dice que no se embarca. Regresan a Madrid y allí lo detienen. Condenado a muerte por más de 40 robos y también como símbolo de la truhanería, el juez le pregunta si tiene que decir algo sobre la sentencia:-Sí, Señor Presidente. Que, aunque tardía, la encuentro muy puesta en razón.Constancio Bernaldo de Quirós, en La Picota. Figuras de delincuentes, atribuye a Candelas en el cadalso el detalle de fijarse en que al verdugo le faltaba un botón del chaleco. Antonio Espina, autor de una biografía deliciosa a finales del primorriverismo, en el estilo de Gómez de la Serna, le adjudica esta última frase al pie del garrote y dirigida al respetable:-¡Patria mía, sé feliz! Así pasó a tiempo a la Historia el más famoso de los delincuentes románticos. Un poco más y ajustician a un burgués que quería ser decente. Con 31 años, Luis Candelas andaba ya en coplas, donde ha quedado.