Para conocer Catamarca no bastan los datos estadísticos, y reconocer sus paisajes no se mide en kilómetros sino en sensaciones.Como mirar con los ojos de los flamencos rosados a los adormecidos volcanes y los caprichosos colores de Antofagasta de la Sierra, mientras tropillas de salvajes guanacos y vicuñas se pierden en el ministerio de la Puna.O sentir como el cuerpo se inunda en el cálido bienestar de las aguas termales de Fiambalá, en Tinogasta. Todavía atontado habrá llegado a Belén, sin comprender por qué súbitamente, sus piernas tienen el peso de varios siglos de la ciudad de Londres. Haciendo un pequeño esfuerzo más caminando hacia el pasado, estará en las ruinas de El Shincal de Quimivíl, una monumental construcción cuyo origen data del imperio incaico.Casi sin darse cuenta estará en el Valle Central, encajonado por la vigilancia permanente de los cordones Ambato y Ancasti. Al levantar la vista, en el centro mismo de San Fernando del Valle de Catamarca, verá el Camarín de la Virgen, escuchando el silencio ruidoso de las oraciones de los feligreses y, muy de cerca, los latidos perennes del corazón de Fray Mamerto Esquiú, preservado en la iglesia y convento de San Francisco.Aún inmerso en admiración religiosa, dudará entre ascender por las cuestas del Portezuelo, camino a la capital del departamento Ancasti, y fotografiar en el espíritu un panorama que inspiró sentidas canciones; o perseguir el verde cada vez más intenso en ruta hacia las villas de La Merced, La Viña y Balcozna.Allí, girando al oeste, descubrirá las localidades Signil, El Bolsón o Varela, arropado por campos de algodón y arrullado por las campanas de iglesias de adobe.Regresando por Las Juntas y El Rodeo, se detendrá a admirar el reflejo gélido de la nieve en las montañas de invierno o el canto cálido de los ríos en el estío.Son mil sensaciones desperdigadas en la geografía de oro y plata catamarqueña.Son invalorables tesoros arqueológicos cuyo misterio atrapa.Son incontables artesanías hechas con manos arrugadas.Algo así es Catamarca.
Nuestro querido Monseñor Alfredo, sigue en su viaje pastoral, reuniéndose con nuevos miembros de la Orden, y aprovechando para visitar a su familia.
Entregará acompañado de D. Carlos Boggio, y su hermano Néstor, alimentos para las familias más necesitadas, ya que en estas cumbres el frío es terrible.
Hermanos caballeros en esta zona del mundo, el Doctor Moreno, quién debe administrar sabia justicia, con la balanza de la caballería, el es Juez Federal.
Nuestro querido Monseñor Alfredo, sigue en su viaje pastoral, reuniéndose con nuevos miembros de la Orden, y aprovechando para visitar a su familia.
Entregará acompañado de D. Carlos Boggio, y su hermano Néstor, alimentos para las familias más necesitadas, ya que en estas cumbres el frío es terrible.
Hermanos caballeros en esta zona del mundo, el Doctor Moreno, quién debe administrar sabia justicia, con la balanza de la caballería, el es Juez Federal.