Meditar como damas y caballeros en Cristo comprende vivir la pasión, muerte, resurrección y ascensión de Jesús. Estos eventos no son sólo etapas sucesivas en el tiempo a manera de registro histórico o fotografías de un reportero del siglo primero. Son, más bien, aspectos diferentes del único misterio de Jesús que la Iglesia celebra.
Estos relatos pascuales son presentados en los evangelios como cuadros de fe, testimonios que los escritores sagrados recibieron de los primeros testigos, textos que les sirvieron para su predicación a paganos y judíos, ecos de las inquietudes y esperanzas de las primeras comunidades a las que se dirigieron y evocación del Antiguo Testamento que señala, en imágenes, el misterioso itinerario del Mesías como el Luz Solar del Cristo Eterno.
Por ello y con toda razón, en esta noche, la Liturgia nos hace saborear la esencia de la fe cristiana con el grito jubiloso de los primeros testigos de la nueva vida inaugurada por Jesús, y que vamos a sentir: "¡Cristo no está aquí...ha resucitado!", "¡Vive!".
Como damas y caballeros, nobles cristianos debemos, de ser guerreros de la Luz, y visualizarnos parte de la "liturgia de la luz" señalando el paso de las tinieblas y del caos al orden, y del antiguo mundo de oscuridad a otro de luz, al Sol eterno, que refleja la divinidad de Cristo.
Sus signos centrales son los cirios que evoca con su llama siempre viva y perenne la presencia del resucitado y de nuestra lucha contra la oscuridad.
Así pues, debemos meditar en nuestra eternidad: sugiere que la resurrección de Jesús ocurrirá en nosotros mismos, que seremos parte de El, ese es el verdadero sentido de ser Iglesia en la Caballería del espíritu ; que esa vida no es promesa para un futuro remoto, sino ha comenzado ya con nuestro bautismo; y que, si creemos seriamente en el Señor de la vida, que no es otro que el Verdadero Señor de la muerte, del corazón, de la mente y la voluntad humana...
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El Príncipe de Septimio-Bathzabbay El Tadmur.-
Diarca de la Proto Eparquía de Iberia.-