Wednesday, April 11, 2007

COLECCIÓN DYARKHÉS.- CUADERNO XXII

Siberia es una tierra de extensas y vacías estepas, de ríos tan anchos que en la mitad de su cauce no se pueden ver las orillas. Sus bosques son tan inmensos que, cuando, en junio de 1908, un gigantesco meteoro estalló por encima de ellos, aplastando más de dos mil kilómetros cuadrados de árboles, la noticia tardó varias semanas en llegar a la civilización.
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Un gran meteoro cruzó también el cielo de Siberia occidental la noche del 23 de enero de 1871, cuando nació Grígori Efimovich Rasputin; al dar a luz, su madre lo vio por la ventana de la habitación y observó que estallaba, produciendo una lluvia de algo parecido a brasas ardientes, para luego desaparecer. En medio de los dolores del parto se preguntó si era un presagio bueno o malo.
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Ana Egorovna era la mujer de Efim Yakovlevich Rasputin, un campesino acomodado. Tras diez años de matrimonio, su vida era agradable y su propiedad prosperaba. No siempre fue así. Cuando se casaron, Efim Rasputin era cochero del Correo Imperial; un hombre cuya apostura y vitalidad natural atraían a muchas mujeres. Se casó con Ana debido a una especie de bravata, pues su modesta gentileza parecía contener un ruego de que le hiciera perder la cabeza un hombre que sabía lo que quería. Tuvieron primero una niña, que era epiléptica, y el gallardo cochero, para quien la vida de casado se había convertido en una especie de anticlímax, se dio a la bebida. Una noche, mientras dormía la borrachera en la paja de un establo, un ladrón le robó uno de los caballos.
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Sus superiores ya le habían advertido que no debía beber, y el rumor de que había perdido el caballo en un juego de naipes los llevó a acusarlo de grave negligencia, bajo los reglamentos imperiales. En el reinado de Alejandro II, dichas transgresiones recibían un duro castigo; hubieran podido matarlo a latigazos. Pero la suerte no lo abandonó; su castigo consistió en seis meses de encarcelamiento y la pérdida de su empleo. Su mujer y su hija se fueron a vivir con los padres de ella.
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El desastre hizo que Efim Rasputin valorara a su mujer; hizo también que deseara un hogar estable. Siguiendo el consejo de su suegro, decidió emigrar a Siberia occidental. El gobierno deseaba alentar la colonización de esa inmensa y desierta tierra; a Efim le asignaron cincuenta verstas[1] cuadradas de tierra y diez más de bosque. La tierra era buena y Efim se deleitaba con la sensación de ser propietario. Con trabajo duro, buena administración y un préstamo de su suegro, se convirtió rápidamente en uno de los hombres más prósperos de la aldea de Pokrovskoye.
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En 1869, nació un niño, Mijaíl, o Misha, fuerte e inteligente, que pronunció sus primeras palabras antes de cumplir un año. En la semana en que nació Grígori, su segundo hijo, Efim Rasputin acababa de comprar al gobierno una franja de terreno en la pradera (a dos rublos por versta cuadrada) y fue nombrado jefe de la aldea. Era un hombre satisfecho y nunca añoró la vida en la carretera, ni las tabernas donde jugaba a los naipes con otros cocheros.
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1Unidad de longitud rusa antigua, equivalente a 1066,8 metros