Idioma original: inglés
Título original: The Assistant
Año de publicación: 1957
Valoración: Muy recomendable
Bernard Malamud, hijo de emigrados rusos instalados en EEUU en los años cuarenta, cuyo padre regentó una tienda de comestibles durante muchos años, se inspiró en sus vivencias familiares para escribir ésta, su segunda novela, que refleja agónica y magistralmente las angustias económicas del protagonista en un medio plagado de obstáculos. Si, además, el individuo en cuestión carece de olfato, le falta iniciativa y el tiempo juega en su contra, la vida puede parecerse a una broma de mal gusto.
Malamud dibuja una especie de decorado de cartón piedra (una calle, una esquina y unos pocos comercios) cuya estrechez y teatralidad no quita un ápice de realismo a unos personajes cuyos continuos avatares económicos y sentimentales nos mantienen en vilo hasta el final. Al contrario, la sensación de estar contemplando el escenario desde un oscuro patio de butacas ha servido para sobresaltarme agradablemente cada vez que se mencionaba el parque o los raíles del tranvía o que algún personaje se aventuraba más allá del reducido espacio de siempre. “Es verdad, – pensaba – si estamos en Nueva York.” En este lugar algo claustrofóbico – un rincón del Brooklyn de la posguerra del que los personajes apenas se apartan (no porque no puedan sino porque permanecen encastillados en sus actividades y problemas cotidianos, sin otros horizontes y expectativas) – unos pocos comerciantes judíos, sintiéndose en abrumadora minoría, intentan sacar adelante sus negocios con resultados más que desiguales. Morris, sesentón, con nula capacidad para el comercio y terco como él solo, a raíz de un atraco con violencia que le deja algo maltrecho, se topa con un sujeto enigmático, Frank Alpine – vagabundo, de ascendencia italiana – que se ofrece a ayudarle desinteresadamente. Este personaje, sin ser el verdadero protagonista, se convierte en el eje central de la narración debido a su aura de misterio, su débil y contradictoria personalidad y al decisivo papel que, en más de un aspecto, desempeña en las vidas de los tres Bober. Las indecisiones y los altibajos de Frank, la ambivalencia de sentimientos que suscita y la intriga que produce en el lector constituyen uno de los grandes aciertos del libro.
Acierto al que podríamos añadir el constante reto ético que plantea al lector pero nunca resuelve para no dar lugar a moraleja y el atinado retrato de la permanente y disimulada desconfianza entre judíos y no judíos. Aunque, ante todo, El dependiente es un riguroso análisis de la lucha por la supervivencia y la magnífica crónica de una obsesión.
Con unos sólo pocos elementos, narrando la vida sencilla y cotidiana de un puñado de seres corrientes Malamud logra producir sorpresas constantes y mantener la tensión hasta el final. El pulso de la narración es firme, el desarrollo de los hechos coherente, sin olvidar el papel decisivo que, en cualquier vida, suele corresponder al azar.
El desenlace es lo que me ha parecido más flojo. En mi opinión, hubiera hecho falta que el autor sacase algo de la chistera, quizá la revelación de quien era Frank Alpine realmente. Al menos es lo que yo esperaba, aunque supongo que no es ningún fallo que tengamos que conformarnos con las pistas que va dejando página tras página. Lo que sí considero exagerado, desentonando así con la sobriedad imaginativa de que hace gala y que tan necesaria es para que el argumento, tal como está concebido, resulte verosímil, es el comportamiento futuro de Frank. Sin ese último párrafo de sólo cuatro líneas se eliminaría una nota discordante que chirría aún más por la posición clave que ocupa en el conjunto.
Título original: The Assistant
Año de publicación: 1957
Valoración: Muy recomendable
Bernard Malamud, hijo de emigrados rusos instalados en EEUU en los años cuarenta, cuyo padre regentó una tienda de comestibles durante muchos años, se inspiró en sus vivencias familiares para escribir ésta, su segunda novela, que refleja agónica y magistralmente las angustias económicas del protagonista en un medio plagado de obstáculos. Si, además, el individuo en cuestión carece de olfato, le falta iniciativa y el tiempo juega en su contra, la vida puede parecerse a una broma de mal gusto.
Malamud dibuja una especie de decorado de cartón piedra (una calle, una esquina y unos pocos comercios) cuya estrechez y teatralidad no quita un ápice de realismo a unos personajes cuyos continuos avatares económicos y sentimentales nos mantienen en vilo hasta el final. Al contrario, la sensación de estar contemplando el escenario desde un oscuro patio de butacas ha servido para sobresaltarme agradablemente cada vez que se mencionaba el parque o los raíles del tranvía o que algún personaje se aventuraba más allá del reducido espacio de siempre. “Es verdad, – pensaba – si estamos en Nueva York.” En este lugar algo claustrofóbico – un rincón del Brooklyn de la posguerra del que los personajes apenas se apartan (no porque no puedan sino porque permanecen encastillados en sus actividades y problemas cotidianos, sin otros horizontes y expectativas) – unos pocos comerciantes judíos, sintiéndose en abrumadora minoría, intentan sacar adelante sus negocios con resultados más que desiguales. Morris, sesentón, con nula capacidad para el comercio y terco como él solo, a raíz de un atraco con violencia que le deja algo maltrecho, se topa con un sujeto enigmático, Frank Alpine – vagabundo, de ascendencia italiana – que se ofrece a ayudarle desinteresadamente. Este personaje, sin ser el verdadero protagonista, se convierte en el eje central de la narración debido a su aura de misterio, su débil y contradictoria personalidad y al decisivo papel que, en más de un aspecto, desempeña en las vidas de los tres Bober. Las indecisiones y los altibajos de Frank, la ambivalencia de sentimientos que suscita y la intriga que produce en el lector constituyen uno de los grandes aciertos del libro.
Acierto al que podríamos añadir el constante reto ético que plantea al lector pero nunca resuelve para no dar lugar a moraleja y el atinado retrato de la permanente y disimulada desconfianza entre judíos y no judíos. Aunque, ante todo, El dependiente es un riguroso análisis de la lucha por la supervivencia y la magnífica crónica de una obsesión.
Con unos sólo pocos elementos, narrando la vida sencilla y cotidiana de un puñado de seres corrientes Malamud logra producir sorpresas constantes y mantener la tensión hasta el final. El pulso de la narración es firme, el desarrollo de los hechos coherente, sin olvidar el papel decisivo que, en cualquier vida, suele corresponder al azar.
El desenlace es lo que me ha parecido más flojo. En mi opinión, hubiera hecho falta que el autor sacase algo de la chistera, quizá la revelación de quien era Frank Alpine realmente. Al menos es lo que yo esperaba, aunque supongo que no es ningún fallo que tengamos que conformarnos con las pistas que va dejando página tras página. Lo que sí considero exagerado, desentonando así con la sobriedad imaginativa de que hace gala y que tan necesaria es para que el argumento, tal como está concebido, resulte verosímil, es el comportamiento futuro de Frank. Sin ese último párrafo de sólo cuatro líneas se eliminaría una nota discordante que chirría aún más por la posición clave que ocupa en el conjunto.