Sunday, May 01, 2011

DECRETO DE SANTIFICACION DE MONS. OSCAR ARNULFO ROMERO Y GALDAMEZ.-

IGLESIA CATOLICA APOSTOLICA SALVADOREÑA DEL MAGNIFICAT.

SALUDOS:

Amados hermanos y hermanas en Cristo Jesús, reciban un saludo fraterno y que la paz del resucitado esté con todos vosotros.

INTRODUCCION:

Amados en Cristo, de todos es sabido que el uno de Mayo del presente año, la Iglesia Católica Romana Institucional y jerárquica, Beatificará a Juan Pablo II, sobre la base de un proceso expedito e inequitativo, para muchos, hermanas y hermanos que han vivido en santidad y que han llevado al mundo entero el aroma de Cristo, incluso a costa de sus propias vidas. Tal es el caso de nuestro Obispo Mártir, Mons. Oscar Arnulfo Romero y Galdámez quien el 24 de Marzo de mil novecientos ochenta, fue asesinado por un matón a sueldo financiado por la Oligarquía salvadoreña, que sentía que el mensaje evangélico de nuestro Obispo atravesaba sus corazones como una espada de doble filo.

Ante tal situación y frente a la verdad debelada por Monseñor Romero, conspiran para matarlo. Frente a éste hecho criminal la Iglesia Católica Romana, SU JERARQUÍA, y en especial sus compañeros de la Conferencia Episcopal Salvadoreño, no hacen nada frente a tal injusticia, y a lo sumo hacen una tímida protesta ante el gobierno salvadoreño, gobierno al cual han venido sirviendo y adorando durante décadas, así como a los mismos asesinos de nuestro Obispo quienes los han entronizado y les han financiado todos los lujos y privilegios al Episcopado Salvadoreño.

La muerte de Monseñor Romero deja un vacío inmenso en el pueblo más pobre de El Salvador, y el cual comienza a hacer las gestiones burocráticas ante la Iglesia Católica Salvadoreña, para que ésta inicie el proceso correspondiente de Beatificación y posterior Santificación del mártir salvadoreño, intención a la que se une Mons. Rivera y Damás, llegando al grado de exigir mayor interés en el referido proceso a la jerarquía de la Iglesia salvadoreña, la cual hasta la fecha no le ha dado el apoyo al pueblo y a nuestro mártir tal y como lo hizo cuando éste estaba junto a nosotros.

BIOGRAFIA:

¿Quién fue Monseñor Romero?

Amados en el señor, es de suma importancia que en éste día recordemos un poco sobre la vida de nuestro Obispo mártir Oscar Arnulfo Romero, y para ello me valdré de algunos datos que posiblemente no hagan honor al Monseñor Romero, pero espero que nos sirvan de base para una reflexión en éste día tan especial.

Oscar Arnulfo Romero nació en el seno de una familia humilde, en El Salvador, el 15 de agosto de 1917. Siendo ya pequeño manifestó deseos de ser sacerdote, e ingresó al seminario menor de los padres claretianos, para luego pasar a los jesuitas. Fue elegido para completar sus estudios en Roma, y allí en 1942, se ordenó sacerdote a la edad de 25 años. Continuó sus estudios teológicos hasta que debió regresar a El Salvador a causa de la segunda guerra mundial.

Sacerdote entregado al servicio de la gente, no aceptaba obsequios que no necesitara para su vida personal. Ejemplo de ello fue la cómoda cama que un grupo de señoras le regaló en una ocasión, la cual regaló y continuó ocupando la sencilla cama que tenía.

Fue designado Secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador y ocupó el mismo cargo en el Secretariado Episcopal de América Central. En 1970, fue ordenado obispo, eligiendo como lema para su ministerio “Sentir con la Iglesia”. Su primera misión episcopal la ejerció como auxiliar de la arquidiócesis de San Salvador. Más tarde, en 1974, fue nombrado obispo de la diócesis de Santiago de María, la más nueva del país.

Por aquel entonces, la situación de violencia en El Salvador iba en aumento, mientras la Iglesia comenzaba a experimentar persecución.

En junio de 1975 se produjo el suceso de “Las Tres Calles”, donde un grupo de campesinos que regresaban de un acto litúrgico fue asesinado sin compasión alguna, incluso a criaturas inocentes. El informe oficial hablaba de supuestos subversivos que estaban armados; las ‘armas’ no eran más que las biblias que los campesinos portaban bajos sus brazos.

En vistas a este suceso, los sacerdotes más jóvenes de la diócesis pidieron al obispo Romero que hiciera una denuncia pública y acusara a los culpables, que eran las mismas autoridades militares. Romero no podía comprender que detrás de estas autoridades civiles y militares, y del mismo Presidente de la República, Arturo Armando Molina que era su amigo personal, existía una estructura de terror, que eliminaba todo lo que pareciera atentar contra los intereses de “la patria”, que no eran más que los intereses de los sectores más acomodados de la nación.

En un ambiente creciente de injusticia, violencia y temor, Mons. Romero fue nombrado Arzobispo de San Salvador el 3 de febrero de 1977 y tomó posesión el 22 del mismo mes, en una ceremonia muy sencilla. Tenía 59 años de edad y su nombramiento fue para muchos una gran sorpresa, el seguro candidato a la Arquidiócesis era el auxiliar por más de dieciocho años en la misma, Mons. Arturo Rivera Damas: “la lógica de Dios desconcierta a los hombres”.

El 12 de marzo de 1977, se conoció la terrible noticia del asesinato del padre Rutilio Grande, un gran sacerdote, muy abierto en sus ideas, consciente, activo y sobre todo comprometido con la fe de su pueblo. La muerte de un amigo duele, Rutilio fue un buen amigo para Monseñor Romero y su muerte le dolió mucho, podemos decir que un mártir dio vida a otro mártir.

A partir del asesinato del padre Rutilio, el clero se unió en torno al nuevo Arzobispo, y los fieles sintieron el llamado y la protección de una Iglesia que les pertenecía; así, la “fe” de los hombres se convirtió en el arma más potente, capaz de desafiar a las cobardes armas del terror.

La situación del país se tornó más complicada aún con el fraude electoral que impuso al general Carlos Humberto Romero en la Presidencia. La protesta generalizada muy pronto se hizo escuchar.

El arzobispo Romero pasó a ser un implacable protector de la dignidad de los seres humanos, sobre todo de los más desposeídos; de hecho emprendió una actitud de denuncia contra la violencia, animándose a enfrentar cara a cara a los regímenes del mal.

Sus homilías dominicales se convirtieron en algo sumamente esperado, puesto que desde allí la situación del país con la luz del Evangelio, al tiempo que despertaba esperanza para transformar la estructura de terror reinante.

La acción pastoral de Romero encontró marcadas oposiciones entre los sectores económicos de mayor poder y en las estructuras de gobierno. Pero también sumó descontento entre las nacientes organizaciones político-militares de izquierda, empeñadas en conducir al país hacia una revolución.

De esta manera, Monseñor Romero comenzó a sufrir una muy dura y agobiante campaña en su contra. Eran frecuentes las publicaciones en los periódicos más importantes, y otros espacios editoriales pagados o anónimos, donde se insultaba, calumniaba, y hasta se amenazaba su integridad física de Mons. Romero.

Al asesinato del padre Rutilio Grande, se sucedieron otros más: el de los sacerdotes Alfonso Navarro y su amiguito Luisito Torres, el padre Ernesto Barrera, el padre Octavio Ortiz y cuatro jóvenes más asesinados en una casa de retiros. Por último fueron muertos también, los padres Rafael Palacios y Alirio Napoleón Macías. La Iglesia sintió duramente y en carne propia el odio irascible de la violencia que se había desatado en el país.

Era difícil entender en el ambiente salvadoreño, cómo un hombre tan sencillo y tímido como Mons. Romero pasara a ser un “implacable” defensor de la dignidad humana y que su imagen traspasara las fronteras nacionales por el hecho de ser: “voz de los sin voz”.

Tampoco faltaron quienes desde dentro mismo de la Iglesia intentaron manchar su nombre, llegando hasta los oídos del Vaticano. A finales de 1979 Romero supo del inminente peligro que acechaba contra su vida y en muchas ocasiones hizo referencia de ello consciente del temor humano, pero más consciente del temor a Dios a no obedecer la voz que suplicaba interceder por aquellos que no tenían nada más que su fe en Dios: los pobres.

Un frustrado atentado se produjo en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, en febrero de 1980, que de haberse perpetrado hubiese acabado no sólo con la vida de Monseñor Romero, sino además con la de muchos fieles que se encontraban dentro de dicha Basílica.

El domingo 23 de marzo de 1980 Mons. Romero pronunció su última homilía, la cual fue considerada por algunos como su sentencia de muerte debido a la dureza de su denuncia: “en nombre de Dios y de este pueblo sufrido... les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios, CESE LA REPRESION”.

Ese 24 de marzo de 1980 Monseñor OSCAR ARNULFO ROMERO GALDAMEZ fue asesinado de un certero disparo, aproximadamente a las 6:25 p.m. mientras oficiaba la Eucaristía en la Capilla del Hospital La Divina Providencia, exactamente al momento de preparar la mesa para recibir el Cuerpo de Jesús.

Sus funerales fueron el 30 de marzo, una imponente manifestación popular donde todos se dieron cita: sus queridos campesinos, las viejecitas de los cantones, los obreros de la ciudad, algunas familias adineradas que también lo querían, todos estaban frente a la catedral para darle el último adiós, prometiéndole que nunca lo iban a olvidar. El pueblo tuvo certeza que a quien despidieron no era otro que su padre, el que los cuidó y amó hasta el extremo.

Amados Hermanos, al refrescar nuestra memoria con la vida y muerte de nuestro Obispo mártir, quiero compartir con todos ustedes, una Declaración Ecuménica, que más que ser un llamada a la unidad a favor de la Beatificación y Santificación de Monseñor Oscar Arnulfo Romero y Galdámez, es una Canonización hecha por la Iglesia de los pobres, por la Iglesia del Pueblo de Dios, reunida en torno a Cristo Jesús en el mundo entero. De ésta manera se cumplen las palabras de Romero al decir “SI ME MATAN RESUCITARE EN EL PUEBLO”.

“CONMEMORAD LA CANONIZACION DEL MARTIR SAN OSCAR ROMERO POR PARTE DE LOS POBRES DE NUESTRO MUNDO.”

Queridas hermanas y hermanos en el ecumenismo,

Con la presente les pedimos conmemorar en este primero de mayo del 2011 la canonización del mártir San Oscar Romero por parte los pobres de Latinoamérica y las y los seguidores de Jesús en todo el mundo. Esta conmemoración debe fortalecernos en nuestro camino de seguimiento evangélico y debe ser comprendida como llamada a la conversión a las iglesias de los ricos.

Poco tiempo después de haber sido nombrado Arzobispo de San Salvador en 1977 el obispo conservador Monseñor Oscar Arnulfo Romero fue confrontado con la persecución sangrienta a la que estaban siendo sometidos los cristianos en El Salvador. Las lágrimas derramadas en las tumbas de catequistas y sacerdotes asesinados le convirtieron en el obispo inquebrantable defensor de los pequeños, maltratados y perseguidos. A partir de esta conversión él tuvo en su contra al gobierno de su país, al consejo de seguridad del presidente de los Estados Unidos y a poderosos cardenales de la curia romana.

A principios del año 1979 Monseñor Romero visitó al Papa Juan Pablo II, no encontrando en él comprensión ni apoyo en sus grandes conflictos. Con profunda decepción dijo más tarde: “No creo que vuelva otra vez a Roma. El papa no me comprende”. Juan Pablo II no mostró reacción alguna frente a la fotografía de un sacerdote indígena recién asesinado y a otros documentos presentados sobre la persecución de cristianos por parte de verdugos al servicio de la oligarquía del país. Por el contrario le exhortó a buscar la armonía con el gobierno salvadoreño.

Claramente consciente de los peligros contra su propia seguridad, San Romero de América levantó su voz contra la injusticia, excomulgó a políticos del régimen y recordó la resistencia pacifica de Jesús de Nazaret. Después de uno de los innumerables asesinatos predicó: “No llamamos a la venganza; sino que oramos con Jesús: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.

Dado que cada ser humano es hijo e imagen de Dios, para San Romero de América el servicio religioso está vinculado inseparablemente con la defensa de la dignidad humana. Dirigiéndose a los asesinos a sueldo y a los cómplices de la junta militar dijo: “el que tortura también es un asesino... Nadie tiene el derecho de levantar la mano contra otro ser humano porque es imagen de Dios”. Un día antes de su asesinato, el 24 de Marzo de 1980, Monseñor Romero llamó públicamente a los soldados a la desobediencia ante la orden de matar: “En el nombre de Dios y en el nombre de este sufrido pueblo les pido, les ordeno:¡cese la represión!”. La bala mortal le alcanzó en el altar durante la celebración de la Eucaristía.

La canonización de San Oscar Romero por parte del pueblo no es un gesto de arrogancia. Bien sabemos que sólo Dios puede penetrar en el corazón de un ser humano y que nosotros sólo podemos aprender a ver parcialmente con los ojos de Dios. Pero esta “beatificación” sin procedimientos gravosos de la curia eclesial es un buen nuevo fruto del soplo del Espíritu de Dios: El ejemplo de nuestro hermano San Oscar Romero nos muestra cómo podemos animarnos mutuamente cuando empezamos a escuchar la Buena Nueva de Jesús.


DECRETO:

Sobre la base de las anteriores consideraciones, con la Autoridad que me confiere la Iglesia de Cristo, en mi calidad y condición de Obispo Primado de la Iglesia Católica Apostólica Salvadoreña del Magníficat, de la cual soy cabeza visible y en nombre de la misma, del pueblo pobre de El Salvador y de América Latina y del mundo entero, DECRETO: Que Reconocemos a Monseñor Oscar Arnulfo Romero y Galdámez y lo elevamos al ESTADO DE SANTIDAD, y lo DECLARAMOS SANTO DE NUESTRA IGLESIA CATOLICA APOSTOLICA SALVADOREÑA DEL MAGNIFICAT, decretando el 24 de Marzo como día festivo en nuestro santoral.

Dado en la ciudad Santa de San Salvador, República de El Salvador, en la América Central a los un día del mes de Mayo de dos mil once.


Mons. Luis Alberto Quintanilla Rodríguez.

Obispo Primado de la Iglesia Católica Salvadoreña del Magníficat. ICAS. PRIOR GENERAL DE LA ORDEN BONARIA DEL SALVADOR