Sunday, February 13, 2011

LIBRO DEL DIA.- José Emilio Pacheco: Las batallas en el desierto.-

Idioma original: español
Año de publicación: 1981
Valoración: Imprescindible

Qué cabrón, el José Emilio Pacheco este. Pero qué cabrón. Ha escrito la novela que a mí me gustaría escribir. O por lo menos, el tipo de novela que a mí me gustaría escribir. En apenas ochenta páginas (con letra grande) ha conseguido reunirlo todo: una historia de amor imposible; el retrato de un país cultural y económicamente invadido por otro; la hipocresía de la alta sociedad mexicana; la corrupción política que azota al país; el aprendizaje vital de un niño oprimido por los prejuicios de los adultos; y todo ello con un estilo que, sin dejar de ser poético, deslumbrante, es también claro y fluido, no interrumpiendo la narracíón sino enriqueciéndola.

Qué cabrón, el José Emilio este.

Y mira que la historia en sí no tiene casi nada: un chico, un chaval, mexicano, años 40, que se enamora perdidamente de la madre de un amigo (sí, el mismo material con el que El Canto del Loco hizo "La madre de José"); pero es que lo importante no es eso, sino todo el mundo que rodea a ese pequeño milagro amoroso, y que lo desbarata, lo vuelve sucio, lo reprime, lo culpabiliza, lo pudre. Un mundo obsceno en el que los poderosos pueden tener queridas y aceptar sobornos, enriquecerse ilícitamente y sobar a las criadas, siempre que mantengan una fachada de respetabilidad y se arrimen al árbol adecuado.

Y la historia de amor en sí, qué simple, qué bonita, qué lejos de otras idealizaciones o melodramas novelescos. "Querer a alguien no es pecado, el amor está bien, lo único demoniaco es el odio", dice el narrador, ya adulto, pero desde su conciencia y su consciencia infantil (que me recuerda a esa otra frase de Fortunata y Jacinta: "querer a quien se quiere no puede ser cosa mala"). Y las amistades, la política, los juegos, la economía, todo el México pos-revolucionario de la época de Miguel Alemán pasa por esa misma mirada, aturdida pero inteligente, del pequeño Carlos. "El pasado es un país extranjero", dice la cita de H.P. Hartley que encabeza el libro; y ese efecto de extrañeza íntima se refleja en todo el libro, hasta su final insinuantemente abierto.