La sensación de impotencia, tanto frente a los grandes problemas como ante nuestra vida diaria, puede abrumarnos, como un mecanismo de defensa frente al dolor pretendemos que nada pasa, cerramos los ojos y decimos: no quiero enterarme de nada.
Al parecer pensamos que si no podemos hacer nada para detener la crisis económica personal o mundial, si no podemos confrontar la mediocridad de quienes abusan desde los espacios de poder, privados o públicos, entonces el camino posible es la resignación y la depresión. Y tal vez la esperanza secreta de que aparezca un líder o salvador que nos redima.
Hemos sido educados para pensar que el mundo se divide en líderes y seguidores. Y a los seguidores les corresponden aguardar hasta que el líder marque la ruta.
Somos expertos en convertir los niños curiosos que llegan al jardín infantil en bachilleres que siguen a algún mandón que se cree líder. En los colegios, en las veredas y en los barrios, los matones y los comerciantes hábiles se vuelven rápidamente líderes. No así quienes atentos a las necesidades de los otros, dedican su vida al servicio. Ni quienes gracias a sus altos estándares éticos y morales no ingresan a filas del matoneo o del negocio bueno para mí y malo para usted.
Lo claro es que precisamente porque tenemos una idea equivocada del liderazgo, bloqueamos en cada uno de nosotros la capacidad de crear, innovar y transformar, necesaria para tomar el rumbo de nuestras vidas y del mundo en nuestras propias manos.
Una mujer de mediana edad se lamentaba porque su marido, un hombre exitoso y dominante, la había abandonado. Ella no veía claro qué iba a hacer con su futuro. Se sentía sola e incapaz para sacar adelante sus hijos.
Al preguntarle cómo había llegado a sentirse tan incapaz respondía: “No sé, creí que la vida era así, la voluntad de mi padre era ley, los deseos de mi marido también. Yo lo respetaba, él tenía más experiencia que yo. Él sabía cómo poner en cintura a los niños, sabía cómo ser exigente”. Le pregunté si sería posible aprovechar esta oportunidad para ponerse al día con la vida y desarrollar su capacidad de hacerse cargo, de liderar su propio destino.
Tal parece que tanto para la humanidad como para nuestra mujer llegó el momento de hacer sentir el potencial de liderazgo presente en todos “los seguidores”, para ponerse de pie frente a su destino y oponerse a que otro “líder” nos salve del desastre que los consabidos líderes crearon.
Al parecer pensamos que si no podemos hacer nada para detener la crisis económica personal o mundial, si no podemos confrontar la mediocridad de quienes abusan desde los espacios de poder, privados o públicos, entonces el camino posible es la resignación y la depresión. Y tal vez la esperanza secreta de que aparezca un líder o salvador que nos redima.
Hemos sido educados para pensar que el mundo se divide en líderes y seguidores. Y a los seguidores les corresponden aguardar hasta que el líder marque la ruta.
Somos expertos en convertir los niños curiosos que llegan al jardín infantil en bachilleres que siguen a algún mandón que se cree líder. En los colegios, en las veredas y en los barrios, los matones y los comerciantes hábiles se vuelven rápidamente líderes. No así quienes atentos a las necesidades de los otros, dedican su vida al servicio. Ni quienes gracias a sus altos estándares éticos y morales no ingresan a filas del matoneo o del negocio bueno para mí y malo para usted.
Lo claro es que precisamente porque tenemos una idea equivocada del liderazgo, bloqueamos en cada uno de nosotros la capacidad de crear, innovar y transformar, necesaria para tomar el rumbo de nuestras vidas y del mundo en nuestras propias manos.
Una mujer de mediana edad se lamentaba porque su marido, un hombre exitoso y dominante, la había abandonado. Ella no veía claro qué iba a hacer con su futuro. Se sentía sola e incapaz para sacar adelante sus hijos.
Al preguntarle cómo había llegado a sentirse tan incapaz respondía: “No sé, creí que la vida era así, la voluntad de mi padre era ley, los deseos de mi marido también. Yo lo respetaba, él tenía más experiencia que yo. Él sabía cómo poner en cintura a los niños, sabía cómo ser exigente”. Le pregunté si sería posible aprovechar esta oportunidad para ponerse al día con la vida y desarrollar su capacidad de hacerse cargo, de liderar su propio destino.
Tal parece que tanto para la humanidad como para nuestra mujer llegó el momento de hacer sentir el potencial de liderazgo presente en todos “los seguidores”, para ponerse de pie frente a su destino y oponerse a que otro “líder” nos salve del desastre que los consabidos líderes crearon.