Sunday, November 14, 2010

La paternidad paquistaní de los talibán.-

LA enrevesada situación afgana adquiere cierta lógica si se tiene en cuenta que allí no impera solamente un modelo de sociedad eminentemente tribal, sino que la macro estructura político-financiera de los talibán es fruto indirecto de los servicios secretos militares pakistaníes.

Naturalmente, la situación es complicada hasta el infinito porque la gran guerra de los occidentales contra Al Qaeda se cruza y entrecruza con los intereses económicos locales de las tribus y de la guerrilla, tan necesitada de dinero como el que más.

Afganistán ha sido siempre una plataforma de primer orden en el tráfico Este-Oeste y durante la guerra de finales del siglo pasado de la URSS contra los mudjaedin musulmanes, el servicio secreto pakistaní desempeñó un papel importantísimo en la ayuda occidental e islamista a los patriotas afganos ya que la inmensa mayoría de los suministros llegaban al Afganistán desde el Pakistán Occidental. Allí, además, las tribus a ambos lados de la frontera pertenecían a las mismas etnias patchunes con infinidad de vínculos familiares y económicos a lo largo y ancho del territorio.

Tras la retirada de las tropas soviéticas del Afganistán, lo altos mandos de los servicios secretos pakistaníes, que constituían ya un Estado dentro del Estado, aprovecharon el vacío de poder surgido en el Afganistán para enrolar a su servicio a las distintas partidas guerrilleras que seguían en activo en muchas zonas y ponerlas al servicio de las redes de transportes por carretera montadas por varios gerifaltes pakistaníes. Al amparo del fundamentalismo musulmán y del antioccidentalismo de Bin Laden, esas guerrillas acabaron por asumir el poder político sobre todo el país; eran los talibán.

La nueva situación se escapó al control de los servicios secretos pakistaníes. No sólo se había erigido Bin Laden en la referencia política del régimen de Kabul, sino la invasión del Afganistán por los EE.UU. a raíz del atentado terrorista contra las torres gemelas de Nueva York puso a la mafia pakistaní del servicio secreto militar entre el yunque y el martillo, porque por un lado, la alianza político militar de Islamabad con Washington la obligaba a luchar contra los talibán y por otro lado, sus intereses coincidían con los de los talibán.

Por si faltaba algo en el panorama afgano para hacerlo totalmente imprevisible, la lección político económica dada por los servicios secretos pakistaníes la aprendieron rápidamente los jefecillos locales para transformarse en mercenarios de ocasión que cobraban tanto por luchar como para abstenerse de luchar. Muchos comandantes locales de las tropas occidentales instaladas en el Afganistán gozan de una relativa tranquilidad en la medida en que pagan tributos a los guerrilleros para que no operen en sus zonas.

Lo barato de esa "paz comprada", unida a la evidencia de que no hay ejército regular capaz de vencer a la guerrilla afgana sin recurrir al genocidio, se está imponiendo en la política actual hasta el extremo de que Karzai, el presidente afgano, ha entablado ya conversaciones exploratorias con la guerrilla para poder llegar a una "paz comprada" en todo el territorio nacional. En este empeño de Karzai, la mejor baza es que un acuerdo similar dejaría intacta las estructura - ¡ y los beneficios ! - de las empresas de transporte rodado pakistaníes, narcotráfico incluido. Pero el mayor obstáculo también es que ni Rusia ni los EE.UU. aceptan la idea porque saben que una de las mayores fuentes de financiación del terrorismo islamista es justamente el narcotráfico