Peregrinar a Compostela siguiendo el Camino de Santiago es mucho más que realizar una excursión a los confines de la historia. Meta sagrada de culturas precristianas, el Finis Térrea es el último eslabón en una larga cadena de etapas repletas de claves esotéricas, representación de los distintos grados de iniciación en ese viaje interior que es la vida.
La marcha peregrina al Lugar Sagrado formó parte, desde siempre, de una querencia espiritual poderosísima, compartida por todos los pueblos. Hombres y mujeres de las más diversas creencias supieron de lugares adonde había que acudir al menos una vez en la vida para cumplir con un rito de paso, imprescindible para entrar en contacto con la entidad trascendente –divina- en la que todos sin excepción habían depositado sus esperanzas en el Más Allá.
.
La marcha peregrina al Lugar Sagrado formó parte, desde siempre, de una querencia espiritual poderosísima, compartida por todos los pueblos. Hombres y mujeres de las más diversas creencias supieron de lugares adonde había que acudir al menos una vez en la vida para cumplir con un rito de paso, imprescindible para entrar en contacto con la entidad trascendente –divina- en la que todos sin excepción habían depositado sus esperanzas en el Más Allá.
.
Para unos, ese lugar era aquél en el que el dios de turno se ponía en contacto con sus criaturas. Para otros, se trataba de un rincón que había sido sacralizado por un prodigio sobrehumano que justificaba su fe y daba sentido a sus esperanzas. Para la mayoría, se trataba de la tumba de un profeta, de un dios o de un santo que, con la presencia de su cuerpo, justificaba todas las devociones y confirmaba la verdad trascendente de las convicciones que guiaban sus querencias espirituales.
La marcha al Fin del Mundo, siguiendo la ruta del Sol, fue un impulso trascendente común a la mayor parte de los pueblos del Viejo Continente desde la noche de los tiempos. En la historia más temprana, ese impulso se manifestó en migraciones masivas de gentes que creyeron encontrar su identidad y su razón de ser allá donde la Tierra terminaba y comenzaba el enigma insondable de un mar tenebroso, desde el cual muchos creían que había llegado, en un día remoto, la revelación de todos los misterios que el ser humano necesita despejar para adquirir conciencia de su propia identidad.
El mundo cristiano, en su afán por construir una religión que se distinguiera de todas las precedentes, instituyó oficialmente su meta peregrina en Jerusalén, donde presuntamente había nacido el núcleo de su doctrina, o en Roma, donde se asentó su máxima jerarquía en cuanto fue reconocida oficialmente por el imperio romano. Sin embargo, pronto pudo comprobar que buena parte de su feligresía, desoyendo su propaganda, seguía con la mirada puesta en aquel lejano Finis Térrea que había constituido desde mucho antes de la aparición del Cristianismo, la meta sagrada de sus querencias arcanas. E, incapaz de borrar aquellos afanes de la conciencia de su feligresía, prefirió hacerlos suyos y sacralizarlos de acuerdo con sus propios parámetros.
Imposibilitada de situar en aquel rincón perdido de Occidente la tumba del Salvador, proclamó allí la presencia del que muchos fieles tenían como su hermano gemelo, el Apóstol Santiago; inventaron un imposible viaje evangélico que los escritos sagrados nunca pudieron confirmar y fabricaron el milagro de la traslación de su cuerpo a través de una aventura mítica por mar, para justificar la presencia del cuerpo santo en los confines de Occidente.
Al pueblo le bastó con la creación de aquel mito. El antiguo peregrinaje a los orígenes tomó nuevos vuelos, se hizo masivo y miles de peregrinos comenzaron a cumplir con la vieja consigna ritual iniciática que en lo profundo significaba, más allá de la mera visita al cuerpo santo depositado donde el Sol se pierde en la noche, el viaje espiritual al encuentro de la propia identidad, santificada por la doctrina.
Los monjes de Cluny, intentando poner orden en aquellos desplazamientos multitudinarios, establecieron una especie de ruta oficial que controlase la anárquica marcha de los fieles hacia el destino sagrado.. así fijaron lo que hoy conocemos como Ruta Jacobea o Camino Francés, que trató de canalizar la voluntad peregrina de aquellas multitudes de fieles que marchaban cada año al encuentro de la tumba del Apóstol. Pero pronto se impuso el valor arcano de una Tradición que se negaba a fenecer y, sin que la misma Iglesia lo pudiera evitar, el Viejo Camino recuperó también sus valores originarios y permitió entrever de nuevo el misterio del antiguo rito peregrino y rescatar sus casi perdidos valores iniciáticos.
Aún hoy cabe descubrir el sentido originario de aquel largo rito de paso que conmovió las conciencias de nuestros antepasados. Y, a pesar de la desacralización de este mundo, volcado al consumo y a la civilización del ocio, todavía es posible el reencuentro con la magia trascendente que transmitieron a aquella ruta los miles de buscadores que la recorrieron, dirigiéndose al encuentro de su propia identidad. Estimados hermanos comencemos el Viaje…
El Príncipe de Septimio-Bathzabbay el Tadmur.-
La marcha al Fin del Mundo, siguiendo la ruta del Sol, fue un impulso trascendente común a la mayor parte de los pueblos del Viejo Continente desde la noche de los tiempos. En la historia más temprana, ese impulso se manifestó en migraciones masivas de gentes que creyeron encontrar su identidad y su razón de ser allá donde la Tierra terminaba y comenzaba el enigma insondable de un mar tenebroso, desde el cual muchos creían que había llegado, en un día remoto, la revelación de todos los misterios que el ser humano necesita despejar para adquirir conciencia de su propia identidad.
El mundo cristiano, en su afán por construir una religión que se distinguiera de todas las precedentes, instituyó oficialmente su meta peregrina en Jerusalén, donde presuntamente había nacido el núcleo de su doctrina, o en Roma, donde se asentó su máxima jerarquía en cuanto fue reconocida oficialmente por el imperio romano. Sin embargo, pronto pudo comprobar que buena parte de su feligresía, desoyendo su propaganda, seguía con la mirada puesta en aquel lejano Finis Térrea que había constituido desde mucho antes de la aparición del Cristianismo, la meta sagrada de sus querencias arcanas. E, incapaz de borrar aquellos afanes de la conciencia de su feligresía, prefirió hacerlos suyos y sacralizarlos de acuerdo con sus propios parámetros.
Imposibilitada de situar en aquel rincón perdido de Occidente la tumba del Salvador, proclamó allí la presencia del que muchos fieles tenían como su hermano gemelo, el Apóstol Santiago; inventaron un imposible viaje evangélico que los escritos sagrados nunca pudieron confirmar y fabricaron el milagro de la traslación de su cuerpo a través de una aventura mítica por mar, para justificar la presencia del cuerpo santo en los confines de Occidente.
Al pueblo le bastó con la creación de aquel mito. El antiguo peregrinaje a los orígenes tomó nuevos vuelos, se hizo masivo y miles de peregrinos comenzaron a cumplir con la vieja consigna ritual iniciática que en lo profundo significaba, más allá de la mera visita al cuerpo santo depositado donde el Sol se pierde en la noche, el viaje espiritual al encuentro de la propia identidad, santificada por la doctrina.
Los monjes de Cluny, intentando poner orden en aquellos desplazamientos multitudinarios, establecieron una especie de ruta oficial que controlase la anárquica marcha de los fieles hacia el destino sagrado.. así fijaron lo que hoy conocemos como Ruta Jacobea o Camino Francés, que trató de canalizar la voluntad peregrina de aquellas multitudes de fieles que marchaban cada año al encuentro de la tumba del Apóstol. Pero pronto se impuso el valor arcano de una Tradición que se negaba a fenecer y, sin que la misma Iglesia lo pudiera evitar, el Viejo Camino recuperó también sus valores originarios y permitió entrever de nuevo el misterio del antiguo rito peregrino y rescatar sus casi perdidos valores iniciáticos.
Aún hoy cabe descubrir el sentido originario de aquel largo rito de paso que conmovió las conciencias de nuestros antepasados. Y, a pesar de la desacralización de este mundo, volcado al consumo y a la civilización del ocio, todavía es posible el reencuentro con la magia trascendente que transmitieron a aquella ruta los miles de buscadores que la recorrieron, dirigiéndose al encuentro de su propia identidad. Estimados hermanos comencemos el Viaje…
El Príncipe de Septimio-Bathzabbay el Tadmur.-