Tuesday, August 10, 2010

Beduinos, el último suspiro de libertad.-

Dos veces en la última semana, empleados de la Administración israelí de la Tierra, con la ayuda de un gran contingente policial, demolieron las viviendas de unos trescientos residentes de aldeas beduinas no reconocidas en Al-Arakib, en el Negev. La mayoría de ellos, ciudadanos del Estado de Israel, incluidos muchos niños, no solamente se quedaron sin hogar, sino también humillados, frustrados y conmocionados. En ambas oportunidades, el comportamiento de la policía fue brutal, y en ningún momento el Estado ofreció una alternativa, compensación o asistencia, ni material ni psicológica para los habitantes cuyas aldeas demolidas fueron destruidas y su mundo arrasado.

Aún si tuviera base el argumento que declara que la tierra de esas aldeas pertenece al Estado y no a sus habitantes, debería ofrecer otras soluciones además de enviar una y otra vez las excavadoras. Hay un gran cementerio en Al-Arakib y pozos de agua y los habitantes de la aldea alegan que son los dueños de las tierras y disponen de antiguos documentos que así lo demuestran. Denuncian que fueron forzados a abandonar el área luego de la guerra de independencia y que retornaron en los años 90 ya que la tierra permaneció deshabitada.

Para el Estado son ocupantes ilegales. Luego de una prolongada batalla legal, el Estado destruyó la aldea.
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Cuando los residentes trataron de reconstruirla con la ayuda de voluntarios, llegaron por segunda vez las excavadoras el miércoles pasado. Mientras que el Estado otorgó rápidamente permisos para que los judíos instalen “granjas individuales” en el Negev, adjudicando enormes terrenos a ciudadanos particulares, trata cruelmente a decenas de miles de beduinos, refiriéndose a sus asentamientos en el Negev como un “problema” y un “peligro”. Esta actitud es indignante.

Los beduinos son los vástagos del Negev. Muchos de ellos nacieron allí y otros son hijos de generaciones en el lugar. Algunos de los habitantes de Al-Arakib están bien integrados en la economía y consideran a Israel como su país. Destruyendo sus hogares y empujándolos hacia las abarrotadas y pobres ciudades beduinas se crea un agudo problema social y político mayor que el peligro de permitirles vivir en tierra estatal.

La excavadora no puede ser la única respuesta del Estado, especialmente cuando solamente se utiliza contra los beduinos. Es difícil entender por qué Israel empuja a un significativo sector de sus ciudadanos hacia el extremismo y el crimen. Sobre las ruinas de Al-Arakib, una nueva generación de beduinos crecerá marginada del Estado, enfurecida y sin esperanzas. Ni ellos ni el Estado se lo merecen.