Dios (el Ser de Luz, la Naturaleza, o como queramos llamarle) ha reproducido en el ser humano el orden de los diferentes momentos del año. El verano corresponde al ser humano despierto, el invierno, al ser humano que duerme.
El invierno encierra en sí lo que el verano expresa en el gozo.
Esta visión coincide con las tradiciones de todas las civilizaciones que han prestado a las cuatro puertas del año zodiacal —los dos solsticios y los dos equinoccios— una atención y una veneración muy particulares.
Ocurre de esta manera porque el ciclo de las estaciones es el fundamento de la vida en la tierra, tanto animal como vegetal y humana. Sólo la naturaleza nos muestra a lo largo de los días las diferentes etapas de la manifestación de la vida que siempre comienza de nuevo. El germen se convierte en planta que fructifica antes de producir unos residuos que enriquecen el humus, en cuyo seno los elementos de la vida se transforman en nuevas promesas. Las cuales permanecen bajo la tierra helada del invierno antes de atravesar de nuevo la corteza de la tierra en primavera.
Así funciona el ciclo de la vida.
Así se sucede la ronda de las estaciones y de los días.
”Cada día trae su afán”, dice el proverbio. “Hay que descubrir la parte de alegría de cada día”, responde el que se toma el tiempo de observar, de escuchar y de probar los sabores del instante. “Cada momento del curso solar alrededor del zodíaco tiene su mensaje y su función”, insiste el que sabe leer bajo las apariencias el sentido sagrado de la existencia.
En todos los casos, el día que nace es el alba de un nuevo paso en el camino de la evolución, del crecimiento del ser y —¿quién sabe?— de la sabiduría.
Avanza con soltura al ritmo de la naturaleza, en armonía con ella, pues los ritmos de la naturaleza son perfectos, nada está en desacuerdo, nada está fuera de tiempo, nada está desplazado. Hay un lugar para cada cosa y cada cosa tiene en ella su lugar.
Cada día es importante y justo. A cada uno de nosotros le corresponde vivirlo en conciencia.
Para hacerlo, grandes textos espirituales y también hombres y mujeres de todos los tiempos y de todos los horizontes nos han transmitido palabras de sabiduría. De palabra en palabra, de puente en puente tendido sobre la ignorancia, de luz en luz, nos acompañan en nuestra búsqueda. Haciéndonos percibir lo que no se ve ni se oye, y aún menos se nombra, se juntan todos en el centro del ser, en la plenitud de esa flor de oro que cada uno de nosotros está llamado a abrir y a cultivar.
Esta flor se nutre según sus necesidades, guiada por nuestra consciencia y libre de toda dependencia. Es única, pues posee la forma que nosotros le damos. Es secreta. Es sagrada, pues es lo divino que sonríe en cada uno de nosotros.
Cuidemos de ella cada mañana y cada noche. Como toda planta de la naturaleza, estemos atentos a sus progresos y démosle el alimento que necesita.
En cuanto a ti, amigo, amiga, hijo, hija
hermana, hermano,enemigo,
Sé consciente, conoce, obra adecuadamente...
y vive plenamente en el maravilloso ahora.
Grito al Silencio: Filosofía de un Caballero Bonario
El Príncipe de Septimio-Bathzababy El Tadmur.-
El invierno encierra en sí lo que el verano expresa en el gozo.
Esta visión coincide con las tradiciones de todas las civilizaciones que han prestado a las cuatro puertas del año zodiacal —los dos solsticios y los dos equinoccios— una atención y una veneración muy particulares.
Ocurre de esta manera porque el ciclo de las estaciones es el fundamento de la vida en la tierra, tanto animal como vegetal y humana. Sólo la naturaleza nos muestra a lo largo de los días las diferentes etapas de la manifestación de la vida que siempre comienza de nuevo. El germen se convierte en planta que fructifica antes de producir unos residuos que enriquecen el humus, en cuyo seno los elementos de la vida se transforman en nuevas promesas. Las cuales permanecen bajo la tierra helada del invierno antes de atravesar de nuevo la corteza de la tierra en primavera.
Así funciona el ciclo de la vida.
Así se sucede la ronda de las estaciones y de los días.
”Cada día trae su afán”, dice el proverbio. “Hay que descubrir la parte de alegría de cada día”, responde el que se toma el tiempo de observar, de escuchar y de probar los sabores del instante. “Cada momento del curso solar alrededor del zodíaco tiene su mensaje y su función”, insiste el que sabe leer bajo las apariencias el sentido sagrado de la existencia.
En todos los casos, el día que nace es el alba de un nuevo paso en el camino de la evolución, del crecimiento del ser y —¿quién sabe?— de la sabiduría.
Avanza con soltura al ritmo de la naturaleza, en armonía con ella, pues los ritmos de la naturaleza son perfectos, nada está en desacuerdo, nada está fuera de tiempo, nada está desplazado. Hay un lugar para cada cosa y cada cosa tiene en ella su lugar.
Cada día es importante y justo. A cada uno de nosotros le corresponde vivirlo en conciencia.
Para hacerlo, grandes textos espirituales y también hombres y mujeres de todos los tiempos y de todos los horizontes nos han transmitido palabras de sabiduría. De palabra en palabra, de puente en puente tendido sobre la ignorancia, de luz en luz, nos acompañan en nuestra búsqueda. Haciéndonos percibir lo que no se ve ni se oye, y aún menos se nombra, se juntan todos en el centro del ser, en la plenitud de esa flor de oro que cada uno de nosotros está llamado a abrir y a cultivar.
Esta flor se nutre según sus necesidades, guiada por nuestra consciencia y libre de toda dependencia. Es única, pues posee la forma que nosotros le damos. Es secreta. Es sagrada, pues es lo divino que sonríe en cada uno de nosotros.
Cuidemos de ella cada mañana y cada noche. Como toda planta de la naturaleza, estemos atentos a sus progresos y démosle el alimento que necesita.
En cuanto a ti, amigo, amiga, hijo, hija
hermana, hermano,enemigo,
Sé consciente, conoce, obra adecuadamente...
y vive plenamente en el maravilloso ahora.
Grito al Silencio: Filosofía de un Caballero Bonario
El Príncipe de Septimio-Bathzababy El Tadmur.-
