Thursday, December 03, 2009

Los soldados de Dios.-

La religión ocupó un lugar fundamental dentro de la Edad Media. No podemos hablar únicamente de la religión cristiana sino que además debemos considerar las muchas herejías e influencias orientales sobre la religión apostólica, que poseen una importancia fundamental en el ámbito religioso occidental. La idea del santo es diametralmente opuesta a la del guerrero. Al hablar del ideal del santo hablamos al mismo tiempo de uno de los graves problemas a los que el hombre medieval se enfrentó: encontrar la forma correcta de aproximarse a lo Sagrado, de acercarse a Dios.
El medioevo está signado por fuertes luchas por el poder, luchas que se desarrollaron tanto en el campo militar como en el político. Fue la Iglesia Romanista —de este modo llamaremos a la iglesia cuya sede central se encuentra en Roma, que continuó la labor de los primeros cristianos— la que intentó mantener la unidad que antes sustentara el Imperio Romano. Pero la Iglesia no poseía, al menos en los comienzos, un brazo armado para defender los intereses de unificación, por lo que utilizó recursos diferentes a los conocidos hasta el momento.
Para el clero romanista la forma de acceder a Dios era a partir de la vida contemplativa. La idea se contrapone con la propuesta de los primeros cristianos, los seguidores directos de Jesús. Ellos sostenían que el cristiano debía ser una persona activa socialmente, que incidiera dentro de su entorno, tal como lo había hecho Cristo.
Sin embargo muy pronto la idea de una vida activa dentro del ámbito social se vio relegada a causa de las primeras persecuciones religiosas contra los cristianos. Esto sucedió en el siglo II, cuando aún no se había institucionalizado el cristianismo y los que profesaban esta religión eran perseguidos por el Imperio Romano. De forma discontinua, la persecución duró aproximadamente dos siglos. Finalmente el emperador Constantino, frente a las presiones de una clase cristiana cada vez más potente y urgido más por cuestiones de política interna que por su convicción de fe, oficializó el cristianismo, transformándolo en la religión del Imperio. Surgió de este modo la Iglesia Romanista.
El apego por la vida contemplativa se manifiesta a partir de estas persecuciones. Los cristianos eran perseguidos y torturados por el solo hecho de mantenerse fieles a su fe, por lo que muchos huyeron al desierto con el fin de liberarse de las constantes asechanzas contra su vida. Surge de este modo la vida eremítica, que consistía en vivir separado de la sociedad, en contacto únicamente con la naturaleza o en pequeñas comunidades dedicadas al trabajo manual, que permitía la meditación constante en Dios. Los primeros ermitaños, conocidos con el nombre de Padres del Desierto, vivían en condiciones de extrema pobreza, imponiéndose ayunos y otras disciplinas de flagelación, con lo que pretendían someter la carne a la vida espiritual.
El más reconocido Padre del Desierto es, sin lugar a dudas, Antonio (c. 251-c.356), que vivió desierto de Egipto sometiéndose todo tipo de castigos y restricciones en la casi absoluta soledad.
Luego de la oficialización de la religión cristiana la vida eremítica es asimilada por la Iglesia oficial y se crean los primeros monasterios, con lo que la vida mística de los ermitaños orientales se transporta al occidente recientemente cristianizado. Los monasterios respetaron, en un principio, los preceptos básicos de los Padres del Desierto: la vida ascética y el retiro del entorno social no religioso, también llamado secular.
Aunque todos los monasterios funcionaban de forma similar, se inscribían dentro de diferentes órdenes y se manejaban con diferentes reglas. Estas reglas eran una serie de normas, escritas generalmente por el fundador de la orden, que regían la vida de los monjes tanto dentro como fuera del monasterio. Los monjes debían someterse absolutamente a la regla y podían ser castigados físicamente o expulsados del monasterio si no la respetaban.
Aunque la soledad poseía también un importante papel en la vida de los monasterios, no adquiría la relevancia fundamental que presentaba para los Padres del Desierto. Sí valoraban, en cambio, algunos aspectos olvidados por los primeros monjes: la vida cultural y la acción social.
Los monasterios fueron los conservadores de la cultura durante los mil años que duró el reinado de la fe. Los monjes dedicaban gran parte del tiempo a la copia y transcripción de manuscritos antiguos de diferentes orígenes, pero especialmente los griegos y romanos. Además cultivaron la pintura al ilustrar —iluminar— estos manuscritos y también incursionaron en la arquitectura al diseñar y construir ellos mismos sus monasterios.
Al contrario que los Padres del Desierto, quienes privilegiaban la vida en soledad, los monjes occidentales colocaron en primer lugar la difusión de su religión y de la civilización imperial. Muy pronto tuvieron presencia en toda Europa, transformándose en los más importantes difusores de la fe cristiana. Gracias a la labor de los monjes, la Iglesia Romanista logró instituirse como el más importante núcleo de poder a lo largo de la Edad Media, conservando luego de la caída del Imperio Romano Occidental la unidad cultural de toda Europa. Fueron los monasterios lo primeros en consolidarse dentro de un ámbito social que naufragaba constantemente. Ajenos en principio a los desafíos políticos y económicos lograron transformarse en una isla de paz en medio de la tormenta de una edad que comenzó siendo caótica.
El gran salto lo daría la Iglesia cuando cayera definitivamente el Imperio Romano en poder de los pueblos bárbaros que habitaban en la zona central de Europa.
El imperio romano cayó por varias razones, entre ellas por un lógico debilitamiento interno luego de siglos de existencia. Sin embargo era culturalmente poderoso en el momento de su destrucción, lo que hizo que los bárbaros, asombrados por su cultura, no se atrevieran a destruirlo totalmente. La Iglesia Romanista fue a los ojos de los bárbaros una institución pacífica por la que sentían gran respeto, y por lo tanto decidieron conservarla. Finalmente el Imperio, derrotado militarmente, triunfó culturalmente a partir del dominio que metódicamente fue ganando la Iglesia gracias a la influencia monaquista.
Hemos dicho anteriormente que uno de los grandes problemas medievales era encontrar el modo de acceder a Dios. La Iglesia Romanista se valió de esta carencia para instituir una forma de dominio pacífica sobre los señores feudales y nobles que pululaban en la Edad Media.
Lo que los romanistas hicieron para dominar dentro del caótico ámbito de la Temprana Edad Media fue restringir el acceso a lo Sagrado. Si el hombre medieval deseaba relacionarse con Dios, la Iglesia le permitiría hacerlo, pero solamente si se sometía a ella. De este modo restringían y dominaban el acceso a lo Sagrado en una época donde lo religioso era el pilar básico de la sociedad.
Nos internamos entonces dentro de uno de los más complejos recovecos del alma medieval: la importancia de lo Sagrado. Para el hombre medieval Dios era una presencia cotidiana: cada suceso de su vida era la inferencia de Dios en la realidad del hombre.
Debemos imaginar que el hombre medieval no estaba ceñido a la razón como el hombre moderno. Todo lo contrario, la ciencia no podía explicar muchos de los hechos cotidianos, por lo que durante el medioevo florecieron las explicaciones mágicas sobre los sucesos naturales y luego sobre cada aspecto del mundo en general.
Dentro del ámbito académico medieval la explicaciones respondían a la lógica particular de la teología y la doctrina, pero para el hombre común estas explicaciones eran demasiado elevadas, por lo que debía recurrir al lenguaje mitológico para explicar los grandes y los pequeños sucesos de su existencia diaria.
Para poner un ejemplo: la mayor actividad económica durante gran parte de la Edad Media fue la agricultura. Tanto la supervivencia del campesino como del señor feudal estaba ligada al éxito o fracaso de las cosechas y éstas a su vez estaban íntimamente relacionadas con los fenómenos climatológicos que el hombre común aún no podía comprender científicamente. Recurría entonces a una explicación religioso-mágica. Si estaban en buena relación con Dios las lluvias serian propicias. Si estaba en mala relación con Dios la lluvia les sería esquiva, porque era Dios el que manejaba el clima. He aquí el por qué la relación con lo Sagrado era tan importante para el hombre medieval: en ella residía, según su punto de vista, la supervivencia de su casa.
El medio que la Iglesia Romanista ideó fue la institución de los sacramentos. El más importante de ellos, la eucaristía, era la forma en la que, según la doctrina de la época, se mantenía la buena relación con Dios. Al instituir los sacramentos y la imposibilidad de recibirlos fuera del ámbito de la Iglesia Romanista, el clero logró dominar tanto a señores feudales como a campesinos. ¿Qué señor feudal se iba a volver contra la Iglesia si esta podía restringirle la bondad de Dios para con sus cosechas al no darle los sacramentos?
Con este sencillo ejemplo vemos la importancia que tenía la religión, la superstición, la magia y los sacramentos para el hombre medieval. Eran la raíz de la existencia, y una cultura y economía agrícola sabe que no se puede vivir sin raíces.
Este aspecto del mundo medieval puede ser duramente criticado y, de hecho, posee grandes defectos porque está asentado en una tergiversación de los fundamentos cristianos. Pero al mismo tiempo fue esta actitud la que permitió la unificación de Europa. De no ser por la influencia de la Iglesia, Europa habría desaparecido a causa de las guerras intestinas entre las tribus bárbaras. La religión sirvió para mantener a todos los pueblos unidos en una tensa paz. Sin esta unión occidente habría desaparecido irremisiblemente.
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