Fue buscando agua como Fuchs y Begin encontraron petróleo en Comodoro Rivadavia. Y fue buscando agua en las áridas mesetas de Culampaja y los bajos serranos de Quilmes, Belén y Chango Real -provincia de Catamarca- como se encontró oro, plata, cobre y estaño.
Entonces, los propietarios de los títulos mineros se hicieron ricos. Y los dueños de los escasos pozos de agua y manantiales, también.
Sin embargo, a los criollos que habitan esos valles y quebradas; a los sufridos acreedores de la impagable “deuda interna” argentina, ni la multiplicación del agua ni la multiplicación del oro los han ayudado a vivir mejor.
Antes al contrario, el agua fue mercificada (es decir, convertida en objeto de comercio) y tratada a nivel legal como un bien inmueble.
Créase o no.
El agua, tan necesaria para la vida, es hoy malgastada en la limpieza de rocas y minerales para la producción de oro, y también en el subsidio de una burocracia inepta y corrupta, que no ha logrado revertir, en un siglo, el cuadro de pobreza que pinta Bernárdez en su libro.