
El 28 de enero de 1908, una española de 17 años, sentada a lomos de un elefante lujosamente enjaeizado, hace su entrada en una pequeña ciudad del norte de la India. El pueblo entero está en la calle rindiendo un cálido homenaje a la nueva princesa de tez tan blanca como las nieves del Himalaya. Podría parecer un cuento de hadas, pero así fue la boda de la andaluza Anita Delgado con el riquísimo maharajá de Kapurthala. Y así empezó una gran historia de amor –y traición– que se desgranó durante casi dos décadas en el corazón de una India a punto de extinguirse.
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Desde esta página queremos dar un Homenaje a Su Alteza Real la Maharaní Prem Kaur de Kaphurtala (Q.D.G), quién tuvo gran amistad con el Príncipe D. Manuel Mosquera de Septimio-Bathzabbay, y se reunían a tomar el té en su lujoso piso de la calle Marqués de Urquijo de Madrid, en cuyo salón colgaba un espléndido retrato de su ma
rido en traje de gala, el último Maharajá Soberano de Kaphurtala.

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El 7 de julio de 1962, Anita, como la llamaban sus íntimos murió en su casa de Madrid, en los brazos de su hijo, que llegó justo a tiempo para asistir a sus últimos momentos. Cuando fue a enterrarla en la Sacramental de San Justo, Ajit se enfrentó a un problema inesperado. La Iglesia católica se negaba a autorizar que su madre fuese sepultada en un camposanto.
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El clero alegaba que, al casarse con el maharajá, Anita había renegado de su fe católica. Aun después de muerta, Anita seguía siendo perseguida por las mismas fuerzas que la habían denostado y marginado en vida. Ajit tuvo que invertir una gran cantidad de energía y de tiempo para convencer al clero de que su madre nunca había dejado de ser católica. Tuvo que presentar certificados y documentos, y solicitar la intervención de sirvientes y amigos para apoyar sus alegaciones. El manto de la Virgen que Anita había ofrecido a su gente y que luego rescató de los cajones en que un obispo tan cerril como los clérigos que ahora la perseguían lo había escondido sirvió de prueba para demostrar que, aun casada, seguía siendo devota de la Virgen de la Victoria.
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El manto acabó en el Museo Catedralicio de Málaga, y la Virgen no llegó a lucirlo nunca, contra el que había sido el deseo de Anita.
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Al final, Ajit consiguió convencer a los gerifaltes de la Iglesia, que terminaron por dar su aprobación al entierro, a condición de que en la tumba no apareciese ningún símbolo de otra religión. Acatadas las órdenes del clero, una semana después de haber exhalado el último suspiro, Anita Delgado Briones podía descansar, por fin, en paz.
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Que sucede en un país llamado España, que olvida a una mujer, que tuvo el carisma y la energía, en un país como India, a principios del S. XX, de ser Reina de un estado de ensueño como era Kaphurtala. Sirvan estas palabras para honrar su memoria.