Wednesday, October 04, 2006

LA BANDERA DE LA DINASTÍA DE LOS SEPTIMIO-BATHZABBAY EL TADMUR.

Las banderas dinásticas son símbolos excepcionales: son un matrimonio entre la elegancia, el poder y la sencillez. Se vieron ondeando en prácticamente todo centro de población, sea grande o pequeño, en todo el mundo. Se puede decir que no hay dos banderas iguales. Sin embargo, en todas se ve algo común: son símbolos de nuestra diversidad y separación. Nos dividen. Cada bandera dinástica que usamos hoy traza una línea divisoria en el tiempo; bajo cada bandera, está encadenado e incluído un grupo de personas que forjaron la historia en una época de nuestro tiempo, mientras que el resto del mundo, por definición, está excluido.
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Claro que existen numerosas diferencias humanas en nuestro mundo. Existen diferencias en la cultura, en la nacionalidad, la raza, la historia, el idioma y la religión. Hay diferencias políticas y económicas, filosóficas, normas y valores distintos. Por eso, es apropiado que las dinastías teocráticas que comparten esas diferencias y otras cualidades especiales, sienta orgullo en sus banderas y que amen los emblemas que ellos, o sus antecesores escogieron para representarlos. Seguro que esos símbolos son buenos.
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Así como hay diferencias, existen identidades en la experiencia humana que son formidables y de gran alcance. El amor que se siente hacia los niños por ejemplo; el instinto y el deseo de vivir; el deseo de tener salud, conocimientos y felicidad; la preocupación por la seguridad y la felicidad de nuestros seres queridos. Son los mismos en todo el mundo.
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Los seres humanos compartimos la misma biología. Somos susceptibles de enfermedad, sentimos el placer y el dolor. Nacimos vulnerables. Necesitamos amor, protección y alimento para sobrevivir y crecer. Aunque existen diferencias, nos vestimos y nos protegemos de los elementos. Nos comunicamos con símbolos, tenemos el mismo abanico de emociones. Somos imperfectos y lo reconocemos. En gran medida, aceptamos y aprovechamos la misma base de conocimientos.
Construimos edificios, puentes, hospitales; aceptamos costumbres y reglas; deseamos muchos de los mismos alimentos y productos. Reímos y lloramos por las mismas cosas. Creamos y sentimos placer ante el arte, la música, la poesía y los cuentos. Valoramos y mantenemos vivas las memorias de nuestros antepasados. La lista parece ser interminable.
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Como dijo un escritor, los humanos somos como pirámides, es decir, las diferencias se encuentra solamente en los estratos de la cima. Quizás sea cierto, pero cómo podemos explicar que al mirar hacia nuestro alrededor, nos inclinamos a ver una manifestación de diferencias humanas que nos amenazan. ¿Será que nuestras similitudes esenciales son la parte escondida de la pirámide?
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Las banderas Dinásticas y las Soberanas son aceptadas universalmente como símbolos que marcan y celebran la división y la separación de la gente del mundo. Bellas y perdurables, merecen el lugar que les damos en nuestro corazón; pero al mismo tiempo, hoy en día, no bastan sencillamente los símbolos, ni sólo hablar de nuestras diferencias.
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Ese no es un panorama completo --es como describir la pirámide refiriéndose tan sólo a su cumbre. Si el propósito de las banderas es representarnos (y lo hacen) --y si hemos de convivir bajo su abrigo (ya lo hacemos)-- entonces ha llegado la hora de completar su misión simbólica. Es hora de asegurar que nuestras diferencias y también nuestras similitudes esenciales --factores simultáneamente distintos en nuestra vida cotidiana-- sean representados y honrados al mismo tiempo.
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Ondear la Bandera de la Orden Bonaria con las demás banderas del mundo realizará este objetivo. La Bandera Bonaria sirve como recordatorio dulce y constante y visible, de que nuestra vida y la vida de toda la humanidad, se ve afectada e influenciada no sólo por nuestra humanidad esencial, sino también por las circunstancias, condiciones y perspectivas distintas e idiosincrásicas.
Ambas influencias son válidas; no se puede negar ni la una ni la otra. Pero aquella es especial. La humanidad es nuestro vínculo común. Es una parte de cada quien, pero al mismo tiempo es la misma para todos, no importa donde vivimos ni cuán pronunciadas sean nuestras diferencias. La Bandera de la Orden Bonaria, es un símbolo de nuestra humanidad compartida. Adoptarla marcará un momento histórico de cimiento, entendimiento mutuo y respeto en todo el mundo.
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Para que nosotros, y nuestros hijos, tengamos presente una verdad importante. La Bandera Bonaria es un regalo a los niños del mundo: es un símbolo universal de la humanidad compartida, es una página limpia sobre la cual ellos y todos que vendrán después, puedan escribir un futuro más benévolo y pacífico para ellos mismos y para todo el mundo.
Nuestra tarea --la mía y la suya, es aprovechar el momento. Es nuestro privilegio introducir este símbolo simple, grato y unificante e invitar a toda la gente responsable en todo el mundo. amigos, enemigos, extranjeros, gente como nosotros y gente que en apariencias es totalmente diferente. Considerar si los aspectos compartidos de la vida, todo lo que hacemos, creemos, conocemos o experimentamos, a pesar de nuestras diferencias, merece o no merece simbolización, y si la adopción de un símbolo universal que represente nuestra humanidad compartida y mostrar esa insignia con otros de los símbolos más preciados y honrados de división y separación, logrará el equilibrio simbólico entre todas las banderas y creará una atmósfera para nosotros y nuestros hijos, de más tolerancia, entendimiento y compasión.
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Se dice que vivir en armonía con la naturaleza, y con nuestro prójimo es uno de los objetivos más preciados de todo ser humano. Es un anhelo profundo que no siempre se expresa como tal. Para la mayoría de nosotros, puede parecer como un "sueño imposible" por todas las distracciones y presiones de la vida cotidiana.
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Vivir en armonía con personas que comparten creencias, tienen rasgos semejantes y se comportan de manera similar a nosotros es fácil. Lo hacemos todos los días. Nuestros antepasados también lo hicieron. El desafío de nuestra generación es encontrar la manera de vivir en armonía con gente que es diferente, a veces sumamente diferente de nosotros.
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La Bandera Bonaria es símbolo único que no contradice, no cuestiona, ni trata de justificar la existencia o la importancia de las diferencias que existen entre nosotros; no favorece a ninguna nación, ningún grupo, ni tipo de individuo más que a otro; no es un llamamiento de acción, inacción ni cooperación.
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Al contrario, esta bandera es símbolo tranquilo y constante que nos recuerda que no obstante las diferencias existentes, como humanos nos parecemos en muchas cosas.
La adopción y el uso de la Bandera Bonaria confirmará que, como población mundial, hemos reconocido este hecho importante sobre la vida, haciendo caso omiso de nuestras diferencias entre nosotros y no teniendo en cuenta cómo decidamos tratarnos mutuamente.
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Imagínese, como ya lo he hecho yo tantas veces, la Bandera Bonaria ondeando en todos lados --en cada continente, en cada ciudad--
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Dondequiera que ice una bandera. ¡Allí! Al lado de la bandera roja y blanca del Japón en una linda mañana en Tokio. A 7,500 km. de allí, se la ve ondear muy alto con la bandera roja, blanca y azul de Rusia en el edificio del Kremlin. Bañadas por la luz de brillantes faros, las dos enormes banderas se destacan sobre el cielo oscuro, su sincronizado baile ondulante visible desde cualquier punto.
De esta manera, se afirme la relacion organica de las dos banderas, y nos recordamos que debemos embrazar la totalidad de la naturaleza nuestra: el hecho que somos al mismo tiempo diferentes y lo mismo.
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En un puesto militar al sur de Khartoum, ondean en unísono la Bandera Bonaria con su anfitriona roja, verde, blanca y negra de Sudán y parecen apenas un murmullo en el desierto.
Se dará cuenta pues, como yo lo imagino, la Bandera Bonaria estará en todas partes. Se verá encima de edificios del gobierno y de las empresas. En el patio de toda escuela, en los parques, bibliotecas, oficinas de correos, hospitales, teatros, estadios deportivos, museos, aeropuertos y jefaturas. También la izarán en su hogar y oficina ciudadanos comunes y corrientes: una bandera blanca y azul, con una cruz del color del cielo…
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Se mencionó ya el amor por los niños, el instinto de supervivencia, el deseo de salud, conocimientos y felicidad, y la preocupación por la seguridad de nuestros seres queridos. Estos son aspectos comunes de la experiencia humana: tocan nuestra vida sin importar quién somos, dónde vivimos y cuán diferentes seamos de los demás. Ya se mencionó nuestra identidad biológica, nuestra vulnerabilidad al placer, las enfermedades y el dolor.
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Al examinar estos y otros ejemplos, debemos preguntarnos "¿es importante este aspecto de mi vida?", ¿qué lugar le daría si enumerara todas mis experiencias en orden de importancia? ¿Qué parte desempeña, por ejemplo, la salud de mi hijo, mi capacidad de comprender y manipular las palabras y los números, mi placer en la naturaleza en mi experiencia general, en mi capacidad de disfrutar la vida, de funcionar en mi sociedad o de amar y apoyar a los demás? ¿Qué efecto tendría en mí si me quitaran alguno de ellos?
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Al contestar cada uno de esos interrogantes de la experiencia humana, se vuelve evidente la importancia de la totalidad del conocimiento, de las creencias y las experiencias que compartimos. Al final, quizás la pregunta más importante sea "¿Se merece la humanidad que compartimos, es decir, la totalidad de las cosas que creemos, hacemos, conocemos y experimentamos como seres humanos independientemente de nuestras diferencias, su propio símbolo universal, algo que nos recuerde siempre nuestro vínculo común y que equilibre los símbolos tradicionalmente usados para representar y resaltar nuestra diversidad, nuestras diferencias y nuestra separación?
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No obstante nuestras diferencias, vivimos en el mismo planeta finito; dependemos del Sol por su energía, del agua y del aire limpio y fresco, de las plantas y de los animales. Cultivamos la tierra siguiendo prácticamente las mismas técnicas y principios. Nos asombran las mismas estrellas y somos afectados por la mismas fuerzas naturales de la lluvia, las tormentas y el viento y por el esplendor y el poder de la naturaleza. Nuestra vida está definida e influenciada por el clima y las estaciones.
Reconocemos que envejecemos y somos mortales. En todo ser humano el cutis se arruga, los músculos encogen, los cuerpos pierden vigor y los órganos se debilitan. Con la vejez adquirimos cierta sabiduría y aprendemos a aceptar las cosas como son.
Independientemente de nuestras diferencias, vivimos rodeados de otros seres humanos. A algunos toleramos. Hacia otros, sentimos un cariño y les llamamos amigos. Dependemos de los amigos para consuelo y compañía. Buscamos su consejo y les damos el nuestro. Les perdonamos sus defectos y ellos lo hacen con nosotros. Sentimos lealtad hacia el amigo.
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Estamos rodeados de los productos y efectos de la humanidad. Cada calle, senda, edificio, zapato, cinturón, lámina de vidrio, cada avión, carro, computadora, jardín, clip, teléfono, silla, es producto y efecto de la humanidad. Los sonidos en las calles, los carros y autobuses, la conversación de hombres y mujeres, los gritos de los niños, la música que se sale de las casas y las tiendas están incluidos en los productos y los efectos de la humanidad. Aun los pensamientos privados que tenemos "funcionan" en un idioma que no hemos creado, pero que es producto de la humanidad.
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En gran medida, la experiencia humana es una experiencia compartida. Si al leer estas palabras puede oír el tráfico o el ruido de niños que juegan, del televisor o de la radio en el fondo, ¿no cree que sea los mismo para la persona que lee estas líneas en Buenos Aires, en Monrovia o en Francfort? ¿O para la mujer que lo lee en Toronto, Bagdad o Rangoon?
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No obstante nuestras diferencias, experimentamos amor y deseo sexual, encontramos compañeros, damos a la luz y criamos a los niños. Respondemos de manera semejante a eventos alegres o entretenidos --con una sonrisa-- o por medio de esa extraña e involuntaria erupción en los pulmones que llamamos risa. Acogemos los periodos de tranquilidad, de tiempo libre, de bienestar, porque sabemos que la vida es incierta, que el cansancio, la frustración, el trabajo y la depresión, la tristeza o el anhelo quizás llegando a nuestra puerta están.
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A pesar de nuestras diferencias, todos estos aspectos de la vida humana son iguales para todo ser humano en toda región del mundo. Claro que existen diferencias importantes, pero como las diferencias, hay muchos ejemplos de nuestra humanidad común. No son mutuamente exclusivas. Ambas nos afectan diariamente durante toda la vida. Cada libro, cada palabra, es testimonio del saber común y de las experiencias compartidas por los seres humanos. Cada pareja de gafas, cada pastilla, cada cerveza o refresco, cada bicicleta o automóvil, cada canción, poema, arma. Desde el uso de utensilios de cocina hasta el uso computadoras, desde saber cómo nadar hasta conocer los principios de la mecánica cuántica. . .
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El puente que cruza para llegar al trabajo o para visitar a un amigo es un producto ¿de qué? Del saber común de la humanidad de la ingeniería, de métodos y materiales fiables, de mediciones exactas y fórmulas matemáticas, de las leyes de física. ¿No son los mismos métodos que se usan para construir puentes en Corea del Norte, Australia, Nigeria y Bélgica. ¿Y no lo mismo el caso de las presas, los túneles y otras infraestructuras en Perú, los Estados Unidos, India y Angola?
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La vida de todo ser humano está tocada, influenciada, protegida e informada por el total de conocimientos humanos sobre ingeniería, matemáticas y las practicas de diseño, construcción y las leyes de física. Estas representan apenas cuatro campos, relativamente pequeños en la vasta extensión del saber humano --un verdadero océano de conocimientos que existen y continuarán existiendo y aumentando no obstante nuestras diferencias.
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Se da uno cuenta fácilmente de que las experiencias, creencias, etc. que compartimos, independientemente de nuestras diferencias, son parte esencial de la existencia "privada" de cada persona. Sin sustraer de las diferencias existentes entre los seres humanos, plantéese esta pregunta: "¿Qué importancia daría a mi capacidad y deseo de amistad, o a mi amor por la naturaleza, o mi capacidad de obtener información y comunicarme por medio de palabras o símbolos, o al amor que siento hacia mi hijo o el hecho de que nací en un mundo en el cual yo, o mis seres queridos, quizás algún día puedan ser curados por medicinas o procedimientos médicos creados por la humanidad, o el hecho de que nosotros (mis seres queridos y yo) vivimos en un mundo en el cual se han creado productos innumerables y muchas técnicas que facilitan una vida más sana, más productiva y más segura en incluso el hecho de que en mi vida, he sufrido dolor y desilusión y por eso, puedo identificarme con los heridos, los enfermos, y los desilusionados.
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En qué lugar de mi lista pondría yo estos y otros aspectos de ser humano si tratara de incluir en ella todos los aspectos de mi experiencia --mejor dicho, los compartidos y no compartidos según su importancia, por los seres del mundo? ¿Qué función desempeñan estas cosas en mi capacidad total de gozar la vida, de funcionar con éxito, de gozar y apoyar a otros (más tarde la capacidad de mis hijos para hacer lo mismo)? Quizás estos ejemplos no estén al principio de todas las listas (y eso no importa); lo que importa es que seguramente todo ser humano en uso de sus facultades dará una importancia más bien mayor a estos y otros aspectos que compartimos los seres humanos.
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La Bandera Bonaria es un gesto simple de reconocimiento. Representa la proposición de que aquello que es igual en cada ser humano es una parte integral de la ecuación de cada vida humana. No es la única parte, ni esconde nuestras diferencias y quizás hasta no sea tan importante para nosotros como algunas de las diferencias; pero coexiste con dichas diferencias en una dualidad constante. La adopción de la Bandera Bonaria significará un acuerdo entre la gente del mundo: este hecho, el hecho de nuestra humanidad compartida, se merece un símbolo constante y tangible que debemos tener visible y nuestros hijos deben tener visible, y las generaciones futuras deben tener visible, para que nunca quede en el olvido, sea descartado ni pase desapercibido nuestro vínculo común.